Un periodista en tiempos oscuros.
Coproducción entre Argentina y Australia filmada por Jayson McNamara, recorre la vida de quien fuera el director del único medio que, en plena dictadura, denunció desde sus páginas la represión y las desapariciones forzadas.
En tiempos difíciles, la historia de los hombres reserva a veces destinos paradójicos. En pleno Holocausto, Oskar Schindler, miembro del Partido Nazi, salva la vida de mil doscientos judíos, por puro humanitarismo. Durante la última dictadura militar argentina, Robert Cox, súbdito británico, de credo estrictamente liberal en política y director del periódico Buenos Aires Herald, convirtió a ese medio en el único que denunció desde sus páginas, de modo sistemático, la represión ilegal emprendida por ese gobierno ilegítimo. Hasta el punto de reunir a su alrededor a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que veían en él a una de las pocas figuras con acceso al poder dispuestas a hacer gestiones por el destino de sus hijos. Eso mismo lo puso en la mira de aquéllos a quienes denunciaba desde la primera plana del Herald, viéndose obligado finalmente a tomar el camino del exilio definitivo tras una amenaza. Presentada en la Competencia de Derechos Humanos del último Bafici, El mensajero cuenta su historia.
Coproducción argentina-australiana filmada por Jayson McNamara, titulada en inglés Messenger on a White Horse, El mensajero es uno de esos documentales que cuenta con el suficiente material de archivo como para que pueda verse a Cox tecleando su Olivetti Lettera. Con testimonios de periodistas que lo conocieron, como Alexander Graham-Yool y Uki Goñi, así como de su esposa Maud y de Estela de Carlotto, Nora Cortiñas y Chicha Mariani entre otras Madres y Abuelas, el documental de McNamara –que trabajó un tiempo en el Herald, hoy desaparecido– reconstruye la historia de Bobby Cox pasando velozmente desde su infancia hasta el momento en que su padre fue destinado a Buenos Aires, en 1959, cuando él tenía 26 y fue contratado como redactor por el diario en inglés que hasta ese momento no publicaba noticias locales. “Se respiraba un clima de libertad”, dice Cox en off sobre fotos de Frondizi, ninguna de ellas del Plan Conintes. En 1968 el súbdito de la Reina es nombrado director del diario, en paralelo con el crecimiento de los movimientos de rebeldía popular y la violencia revolucionaria. Violencia a la que el Herald califica, bajo su dirección, como “actividad terrorista”. “Periodistas de derecha fueron asesinados por terroristas de izquierda”, afirma Cox en un programa de la televisión británica, sin que quede muy claro a qué periodistas podría llegar a referirse.
El quiebre viene a partir del 24 de marzo de 1976, cuando este padre de cinco hijos descubre que la violencia “seguía igual y peor”. Sigue publicando noticias sobre operativos “terroristas”, pero a partir de abril de 1977, cuando las Madres de Plaza de Mayo hacen su aparición pública, es tal vez el único periodista de un medio reconocido que concurre a sus marchas de los días jueves, convirtiéndose de allí en más en interlocutor privilegiado. El documental menciona tal vez demasiado de pasada que Cox fue secuestrado en ese mismo mes de abril, encontrándose con una esvástica sobre una de las paredes del edificio de Coordinación Federal y siendo liberado días más tarde gracias a la presión internacional. Y no menciona, de modo bastante sorprendente, que el periodista sufrió un atentado contra su vida, así como su esposa un intento de secuestro. Pero sí hay abundantes testimonios de las Madres, que tanto lo recuerdan con indeleble agradecimiento (Cox logró “hacer aparecer” a ciudadanos secuestrados) como, en algunos casos, con cierta perplejidad (“le estoy enormemente agradecida”, dice una Madre, “aunque la verdad es que resultaba bastante perturbador que calificara de ‘terrorista’ a quien podía ser mi hijo”). Según algunos testimonios que no se incluyen aquí, Cox solía ofrecer a la jerarquía militar una peculiar negociación: no publicar una noticia sobre alguna desaparición u operativo ilegal, a cambio de que liberaran a algún secuestrado. Y en algunos casos lo logró. En otras palabras, este súbdito británico, autor de varios libros de memorias, logró aquello que se proponía y de lo que El mensajero da cuenta: “Salvar vidas”. Lo mismo que hizo Oskar Schindler treinta y pico de años antes, allá en Polonia.