Snobismo y excentricidad no son lo mismo… y ambas se refieren a cosas poco útiles: admirar la rareza y venerar lo que en realidad tiene un valor inventado. Es una cultura que va de la mano de la riqueza, aunque el 99% de los millonarios sean unos burros que solo adquieren cosas caras por el simple hecho de que pertenecen a una minoría que puede hacerlo mientras que el grueso de la gente no. Hay toneladas de ejemplos de cosas de mal gusto – hamburguesas con polvo de oro, celulares con diamantes incrustados, joyas obscenamente grandes que carecen de sentido estético, etc – y hay toneladas de ejemplos de culturas infladas y superficiales, como es el caso de las obras de arte (¿cómo una pintura va a costar 100 millones de dólares?). Hacia allí dirige sus dardos El Menú… aunque a mitad de camino la sátira pierda fuerza y termine primando el thriller con tintes de terror.
En sí El Menú amenazaba con ser mucho mas brutal de lo que termina siendo el producto terminado (imágenes del clímax de El Cocinero, el Ladrón, su Mujer y su Amante invaden mi mente). Un reducido grupo de adinerados comensales ha pagado una pequeña fortuna por una velada exclusiva en el selecto restaurant del excelso chef Slowik (Ralph Fiennes), montado en una isla privada. Aislados del resto del mundo se aprestan a degustar un catálogo de manjares en una velada temática – cada plato incluye una historia detrás -. Hay adinerados ignorantes, snobs y fanáticos en exceso (foodies, como le dicen los yanquis y que serían como los groupies pero de chefs prestigiosos) que veneran cualquier cosa que Slowik les ponga en el plato. Pero uno percibe un tufo anormal en todo el asunto desde el momento que ve que los cocineros se comportan como una secta, duermen en barracones militares y adoran a Slowik como si fuera un lider religioso. Se nota a la legua que no va a ser una velada común y que Slowik tiene una agenda secreta. Lo que saca al chef de sus casillas es que la lista de invitados ha sufrido un cambio de último momento y, en reemplazo de la acompañante original de Nicholas Hoult, ha venido una mujer de mirada intrigante y pasado misterioso (Anya Taylor-Joy), la cual no tarda mucho en hacer preguntas obvias sobre las cosas raras que hace el chef (y que todo el mundo – por ignorancia, complicidad o snobismo – gusta de tildarla de genialidad, innovación o excentricidad).
Mientras que el filme tiene un clima de tensión envidiable – y la Taylor-Joy es una delicia, yendo cabeza a cabeza en intensidad, carisma e inteligencia con un deliciosamente perverso Ralph Fiennes – hay un par de escenas que no funcionan y que podrían haberse podado directamente. Por otro lado lo que empieza como una sátira termina diluyéndose en un thriller con toques siniestros que, aunque cierra la historia, te da la impresión que podía haber sido mucho mas cínica, brutal y memorable. Eso no quita que el filme sea super recomendable aunque no alcance todo su potencial.
La gracia de El Menú es verla con la menor cantidad de pistas posibles a mano. Sigue un camino que parece estar de moda – como Glass Onion, la secuela de Knives Out, que insiste en sacarle el cuero a los adinerados tildándolos entre perversos a idiotas -; y acá las cosas brillan porque, si bien hay caricaturas, la Taylor-Joy es la voz de la razón – brillante, desafiante, maquinando en todo momento cómo salir con vida de todo este berenjenal – y posee carisma de sobra para poner al público de su lado.