La gastronomía estuvo durante mucho tiempo asociado a lo sensual, lo placentero y lo pintoresco. Y, si en el planteo inicial de El menú hay algo de eso (un grupo de ricachones paga fortunas para viajar hasta una isla para disfrutar de una experiencia concebida por un legendario chef), lo cierto es que la película va mutando conforme pasan los minutos hacia algo mucho más satírico, incómodo y finalmente terrorífico hasta niveles sádicos que pueden perturbar a más de uno/a.
El punto de vista es el de Margot (Anya Taylor-Joy), una muchacha que acompaña en el viaje a un joven y entusiasta gourmet llamado Tyler (Nicholas Hoult). Junto a ellos embarcan tres representantes de la industria tecnológica, Bryce (Rob Yang), Soren (Arturo Castro) y Dave (Mark St. Cyr), una pareja de millonarios, Anne y Richard (Judith Light y Reed Birney), la reconocida crítica gastronómica Lillian Bloom (Janet McTeer) y su servil editor, Ted (Paul Adelstein) y una estrella de cine (John Leguizamo) junto a su asistenta Felicity (Aimee Carrero).
Ya en el destino (un auténtico paraíso natural), los 11 comensales son recibidos por una rigurosa coordinadora Elsa (Hong Chau) y poco después por el chef Slowik (Ralph Fiennes), que se convertirá en la gran figura, maestro de ceremonias e impiadoso manipulador de la velada. No conviene adelantar demasiado, pero si advertimos que no esta una historia complaciente y demagógica, y que luego deriva hacia la sátira y el horror se podrán imaginar hacia dónde deriva (degenera) la cosa.
Hay en el trasfondo de este guion coescrito por Seth Reiss y Will Tracy (este último con experiencia en ese tratado sobre el cinismo, la hipocresía y los excesos del poder como la serie Succession) y dirigido por Mark Mylod (responsable de múltiples episodios de Game of Thrones, Entourage, Shameless y también de Succession) una ácida, despiadada crítica al esnobismo, el consumismo y el turismo de lujo, aunque también se percibe cierto regodeo en las peores miserias del ser humano que afloran sobre todo frente a circunstancias extremas. Más allá de esa exaltación del patetismo y del mencionado sadismo, El menú funciona como una tragicomedia negra (negrísima) con momentos que van -a veces sin preámbulos- de un absurdo desopilante a explosiones decididamente aterradoras.