"El menú", comedia negra de usos y costumbres
En esta película, lo importante no es tanto la comida como el plan secreto del maestro de ceremonias.
Casualidad, tendencia o moda, durante los últimos meses la producción audiovisual (cine + series) disfrutó de una pequeña explosión del subgénero “historias de cocina”, relatos que transcurren en gran medida entre ollas, sartenes y hornos, destacándose sin mayor esfuerzo El oso, retrato de un pequeño restaurante al paso de Chicago, y El chef, sobre las tribulaciones de un cocinero de alto nivel en un exclusivo restó de Londres. El menú es otra cosa, bien alejada del registro realista de la serie creada por Christopher Storer y la película de Philip Barantini, aunque aquí también los puntos de ebullición y tiempos de cocción tienen una presencia central en la trama. En el film de Mark Mylod, experimentado realizador de series (dirigió más de una docena de capítulos de Succession y varios de la saga Game of Thrones), un grupo de doce comensales se dispone a pasar una velada en el exclusivo local del chef Slowik (misterioso, eventualmente siniestro Ralph Fiennes). Para llegar al sitio y disfrutar de la experiencia culinaria es necesario moverse en barco a un paraje aislado; esa insularidad va de la mano de la excentricidad a la hora de recibir a los invitados, que no hará más que ir in crescendo.
Es claro que el punto de vista de todo lo que podrá verse, oírse y paladearse recaerá en Margot (Anya Taylor-Joy), de quien al comienzo se sabe poco y nada, más allá de que es la acompañante de un joven foodie con ínfulas. El resto del contingente forma parte del universo de los ricos y famosos: empresarios, actores, una crítica culinaria, millonarios de raza. Luego de las presentaciones, la mesa comienza a servirse, y el primero de los platos del menú por pasos es presentado por su creador en tono solemne y bajo el riguroso manto de silencio del resto de los empleados y clientes. El menú es una de esas películas sobre las cuales no conviene adelantar demasiado, pero es necesario advertir que, muy rápidamente, la extrañeza de ciertas señales termina por tomar el control de la trama. Lo importante no es tanto la comida –que incluye una degustación de algas y otros vegetales sobre base de piedra marina y una selección de dips sin pan para remojar– como el plan secreto del maestro de ceremonias.
El principal problema del guion escrito por Seth Reiss y Will Tracy descansa en la dificultad de sostener el suspenso una vez que la verdad de la milanesa comienza a resultar tan diáfana como los amplios ventanales del salón de recepción. Hitchock llevó a un grado máximo de depuración la idea de un grupo reducido de personas encerradas en un único lugar en Ocho a la deriva. El menú, comedia negra de usos y costumbres, forma parte de ese linaje, aunque en cierto momento la tensión le cede el espacio a un cliché recurrente: los poderosos siempre mantienen sus trapitos escondidos del sol, que suelen ponerse a la intemperie en situaciones extremas. A pesar del lugar común, Mylod logra meter algún que otro bocadillo sorpresivo (los platos son cada vez más sofisticados, aunque no en el sentido esperado, llegando a niveles de abstracción impensados) y la británico-estadounidense más argentina del mundo, Anya Taylor-Joy, vuelve a demostrar que es capaz de bancarse sobre los hombros cualquier personaje que le pongan encima.