MENSAJE Y LENGUAJE
Mark Mylod, director que viene trabajando en series exitosas como Game of Thrones y Succession, se pone al hombro un proyecto de mayor envergadura, un largometraje protagonizado por dos pesos pesados como son Anya Taylor-Joy y Ralph Fiennes. La película parte de un guion próximo a esos en los que el giro es la base sobre la que se apoya el relato; de esos de los que no se puede contar mucho sin arruinarlo, por lo que aquí diremos solamente que se trata acerca de un cocinero de élite y una reunión de comensales distinguidos que revelará un trasfondo oscuro y perturbador.
La película trabaja a partir de la conciencia que tiene el espectador de la inminencia de este giro, la cual es patente ya en los materiales promocionales. Al estilo del cine de Shyamalan, el juego con el horizonte de expectativa del público es el componente en el que la obra deposita su efectividad. Cine de shock que, por serlo, pretende no pasar desapercibido, y, si es exitoso en su cometido, suele producir sobrevaloraciones y también infravaloraciones. Hacia él puede tomar el público una actitud de ninguneo (que necesite de este tipo de artificios vulgares no lo vuelve sino superficial) o una de exagerada admiración (que produzca un impacto que desconcierte hace que sea profundo e irreverente). Dependerá, siguiendo este esquema muy maniqueo, de si el espectador en cuestión compra el giro, es cautivado por él, o no.
Algo parecido pasó con la recepción de El menú en el Festival de Cine de Mar del Plata, que despertó amores y odios entre los espectadores. A priori, y más allá de las respuestas del público, habría que resaltar que la película de Mylod no lleva esta propuesta arriesgada al extremo porque, si bien el giro es el momento de quiebre de la narración, no se carga sobre este todo el peso narrativo de la historia, sino que se construyen personajes interesantes (al menos dos) cuyas interacciones sostienen grandes porciones del largometraje. Además, Mylod sabe preparar momentos de tensión que funcionan, pero más importante aún, escenas con un contenido emocional que, si no es extraordinario, al menos otorga sustancia y empatía a la experiencia. Estos elementos son los que hacen que El menú no se limite a un ejercicio intelectual cansino y pedante.
Y es que hay otro costado del largometraje que tiene que ver con una propuesta de tesis, de estudio psicológico y sociológico, que se vale de la sátira del mundo de la “alta cocina” (y, por extensión, de la alta sociedad) para llevar adelante una crítica no muy innovadora acerca de algunas problemáticas harto conocidas para cualquiera que vive en el 2022. Ahora bien, tal vez una de las cuestiones que definen si este tipo de películas se vuelven insoportables o estimulantes es el equilibrio entre fondo y forma, entre discurso e historia. En este sentido, El menú resulta satisfactoria porque, si bien no tiene algo original para decir, tampoco se enamora del mensaje al punto de descuidar el lenguaje.