El menú llega para sumarse a una corriente que viene observando desde una ironía bastante feroz el comportamiento de algunos sectores sociales con acceso al dinero y al poder, cada vez más dispuestos a reconocerse a través de lujosos y exclusivos hábitos de consumo.
La cocina es uno de los escenarios predilectos de esta incipiente tendencia. En poco tiempo llegó hasta lo más alto del mayor festival de cine del planeta: Triangle of Sadness, del sueco Ruben Östlund, se llevó este año la Palma de Oro por su despiadado retrato de la lucha de clases en un crucero de lujo. En medio de declaraciones simplificadas y pueriles sobre la batalla entre ricos y pobres, la travesía termina con un banquete lleno de imágenes escatológicas.
El nuevo largometraje de Mark Mylod no llega por suerte a las cotas vulgares y plagadas de simbología pueril sobre la indiferencia, el esnobismo y el desdén de los multimillonarios de este tiempo postuladas por Östlund. Mylod es más fino, sutil y filoso para este tipo de observaciones. Ya lo venía insinuando en sus trabajos previos para la TV y el streaming (Succession, Game of Thrones), relatos que prestan especial atención a cómo actúan y reaccionan los poderosos. Pero aquí el universo es otro, mucho más cerrado y especializado en una de las manifestaciones de ese consumo sofisticado.
A cambio de un precio inconcebible (por lo elevado), solo doce personas tienen acceso al exclusivo menú de gastronomía molecular en varios pasos preparado por el chef Slowik (Ralph Fiennes) en una remota isla. Allí se cultivan, se cuidan y se preparan todos los ingredientes con la misma meticulosidad empleada para servirlos.
Los invitados se someten al elaborado ritual y a la autoridad indiscutida del veleidoso chef convencidos de que así marcan todavía más diferencias con el resto del mundo. En esta feria de vanidades hay jóvenes empresarios de la multimillonaria economía de las finanzas, alguna estrella de cine venida a menos, un adinerado matrimonio hundido en el tedio, una crítica culinaria tan fatua como el chef y un muchacho con aires de pedante connoisseur (Nicolas Hoult) que cambió a última hora a su acompañante (Anya Taylor-Joy).
Ella es el único pez fuera del agua en un escenario que se irá tornando cada vez más inquietante y terrorífico. El juego funciona muy bien al principio, entre apuntes burlones a la conducta de los dueños del dinero, la puesta en funcionamiento de las reglas impuestas por Slowik en su cocina, bastante humor negro y una trama diabólica que empieza a develarse.
Más adelante, con todas las cartas sobre la mesa, la fórmula empieza a repetirse como si el truco ya quedara completamente a la vista. Cuando el interés empieza a flaquear, todo queda en manos de los magníficos Fiennes y Taylor-Joy, los únicos que parecen quedar al margen de ese mar de imposturas demasiado marcadas y de un menú casi irresistible al comienzo y después bastante desabrido, pese a la búsqueda deliberada de impacto en el final.