Transformar la vida y las andanzas del bromista telefónico Tangalanga en una comedia de pretensión clásica es loable: una vida que funcionó alrededor de la risa como forma terapéutica merecía eso. Absolutamente amable, la película de paso logra demostrar -como si hiciera falta- que hay un gran actor cómico en Martín Piroyanski, que en cualquier otro contexto hoy sería una estrella del género. Válida y querible.