Ante todo, una aclaración, esta película de Mateo Bendesky se titula El método Tangalanga y no “la vida del doctor Tangalanga” o como Jorge Rizzi creó a su personaje. Primero porque el Dr. Tangalanga de la vida real se llamaba Julio Victorio de Rissio, y no Jorge Rizzi, y el gran amor de la vida real se llamó Nora y no Clara. Tampoco un mentalista cambió la suerte del futuro bromista telefónico. Luego, la ficción se entrega a presentar trazos de la historia real cuando muestra al personaje en una empresa de productos cosméticos, o cómo comienza a grabar sus pesadas ocurrencias para entretener a un amigo convaleciente luego de que, por los azares de la vida, participe en un espectáculo donde la locuacidad vence a la inhibición. Locuacidad que se activa, sorpresivamente, ante un sonido presente en los viejos teléfonos a disco, o en el sonido del choque de la cristalería.
La fábula con la cual se construye el origen mítico del álter ego del protagonista, casi como si fuera un súper-héroe típico del universo del cómic, permite que el abordaje de la sátira sea -si bien de una obviedad casi de manual- enteramente disfrutable. Contribuye a la creación de ese universo una dirección de arte cuidada al milímetro de Ana Cambre y Agustín Ravotti, mezclando una pátina de colores y texturas muy a tono con el espíritu festivo del Instituto Di Tella. Es entonces cuando puede intuirse que las vulgaridades verbales del Dr. Tangalanga son observadas desde la pantalla como parte del happening de los años 60, tomando dos elementos salientes de esa experiencia como son la ocurrencia y la improvisación.
Fotográficamente, las paletas en Technicolor y el vestuario anclado en el contraste entre lo riguroso de los trajes de tonos oscuros y corbatas con nudo Windsor contra la moda Twiggy, participan de la caracterización de los roles que entrega la ficción. Dentro de ese universo, Martín Piroyansky como el tímido hasta la tartamudez que se desenfrena al teléfono resulta no solo convincente sino que se amalgama a los cómicos que hicieron historia en el cine nacional. Julieta Zylberberg entrega su encanto para los contrapuntos verbales que cautivan al enamorado Julio; Alan Sabbagh es Sixto, el amigo entrañable; Luis Rubio, el enfermero cómplice; Luis Machín, el dueño de la empresa que apuesta a su desconcertante empleado y Rafael Ferro, el responsable de la atención en la clínica a Sixto. Todos ellos entregan la solidez interpretativa habitual en su carrera. Resta decir que deslumbra, al nivel de un actor revelación, el carisma de Silvio Soldán como Taruffa el mentalista, aunque su debut en el cine se remonte a los tiempos que la película reconstruye.
Previsible en su relato, novedosa en su aproximación, y regocijante como resultado es esta leyenda en derredor del Doctor Tangalanga, alguien que mezcló la elegancia del hablar de los 60 con la progresiva vulgaridad verbal que domina hoy, quien supo crear un superhéroe en el poder catalizador de la palabra.