A simple vista, la última película de Alejandro Fernández Mouján podría ser un bello ensayo sobre la naturaleza, el paso del tiempo, los sonidos de un rio; sin embargo, el director va más allá o más acá tanto en su recorrido como en su intención.
(…) el mismo rio abre su relato con un plano fijo, detenido. La naturaleza que es ese pleno exterior se muestra lluviosa, el ruido de las gotas sobre la tierra marca desde el inicio la rítmica cadencia del documental. De pronto, una imagen de archivo irrumpe, el anuncio de la muerte de Fidel Castro, esta imagen resemantiza el documental que no es sólo un ensayo sobre la naturaleza sino que además muestra esa otra naturaleza, la naturaleza política del hombre. Sobre el cierre, también aparece otra imagen de archivo donde se ve el derrocamiento de Evo Morales y el rechazo de la mayoría de la población a la asunción de Jeanine Áñez.
Estas dos imágenes enmarcan el documental y lo transforman, guían los múltiples sentidos que la naturaleza a lo largo del tiempo, cíclicamente, hace estallar. La política, especialmente la latinoamericana también tiene ciclos, ciclos que coartan las libertades que la naturaleza ofrece, ciclos que imponen miradas de odio y que, lamentablemente, suenan demasiados conocidos.
Esas dos imágenes de plena política también están secundadas por la hermosa visión y sonido de un llamador de ángeles de madera. Se dice que esos llamadores protegen a quien los tiene, le dan bienestar. Al bambolearse con el viento, el sonido, cantarino y vibrante, aparece como un marca estilística del director que intenta y lo logra construir un hiato, una llamada al espectador para que levante la vista y magnifique la escucha. Ese sonido junto con las imágenes políticas abren y cierran el documental “llamando la atención” sobre la realidad que, inclusive ahora, en este presente tan confuso tan cíclico, necesita ojos y oídos atentos.
La construcción de los planos de Mouján es perfecta. Un interior, una cama deshecha y los sonidos del afuera que entran y los de adentro que salen; los límites son imprecisos, ese afuera donde la naturaleza sigue su curso irremediablemente y ese interior que es permeable a los sonidos y a la luz. La nervadura de una hoja muestra su verde repleto de clorofila, de esa sangre verde que deberíamos ver en sus detalles. Flores esplendorosas y un poco marchitas. Grietas y heridas en los árboles. La densidad y la ligereza del rio. ¿Piensa la naturaleza? ¿Cómo son sus signos? ¿Cómo comprender los sonidos de los árboles, del rio, de la lluvia? ¿La naturaleza tiene memoria? Haroldo Conti, Juan L. Ortiz, Juan Watanabe y sus sendos y bellos poemas. Un dibujo a medio hacer. Tal vez la única posibilidad de entender, de comprender la naturaleza, su memoria y sus signos sea el arte, la poesía, la literatura, la pintura, la fotografía. Esas son las formas en las que la naturaleza replica su esplendor y también su decadencia, el arte como memoria, como historia, como relato de los ciclos de la naturaleza.
Dice Conti “Todo el mundo sabe que el junco, cuando más se corta, más crece” y esta bella e inolvidable frase de Haroldo Conti (desaparecido en la última dictadura cívico militar) no sólo se aplica a los juncos, a las flores, a los árboles, al rio sino a la historia política de los hombres, ese junco que cuanto más se corta más crece, esa libertad que cuanto más se la acecha, más se vuelve imprescindible.
(…) EL MISMO RÍO
(…) el mismo río. Argentina, 2021.
Guion, producción y dirección de fotografía: Alejandro Fernández Mouján. Montaje: Valeria Racioppi. Diseño Sonoro: Guillermina Etkin y Gaspar Scheuer. Música Original: Guillermina Etkin. Sonido: Gaspar Scheuer. Corrección de Color: Juan Martín Hsu. Directora de posproducción: Gabriela Cueto.. Diseño Gráfico: Rama Nuñez. Duración: 66 minutos.