No te pongas esa sunga sin decirme a dónde vas
En El misterio de la felicidad, su nueva comedia luego de la no del todo lograda La suerte en tus manos, Daniel Burman vuelve a tratar un tema que parece obsesionarlo: la búsqueda de lo que él, pero no todos, consideramos el summum de los logros humanos. Se trata de la libertad, nada menos.
Si bien en su exitosa trilogía del Mesías Burman cerraba el círculo con la poderosa imagen de padre e hijo abrazados, reconciliados, encontrándose, mirándose a los ojos y reconociéndose mutuamente, no puede decirse lo mismo de El misterio de la felicidad.
A mitad de camino entre la comedia de situaciones y el drama existencial, El misterio… se presenta a los espectadores con una pregunta retórica bastante trillada: “Te enamorarías de la mujer de tu amigo?” Además de repetitiva y tediosa, la cuestión tiene aristas cuasi-religiosas, algo así como el mandamiento cristiano que ordena que no desearás a la mujer de tu prójimo.
Pero este no es el problema que atenta contra El misterio… Según su guionista-director, la película indaga – y a veces cuestiona -- los rituales de masculinidad preestablecidos. Se permite, o se tolera, el bromance, la camaradería entre hombres, pero no el homoerotismo, mucho menos la homosexualidad.
No es éste un comentario escrito desde la miope mirada de los estudios culturales tan en boga en los 90s y prevalentes aun en el siglo XXI en ciertos círculos académicos. No examinaremos la trama y el tema de esta película bajo la lupa de la lucha de clases, la etnicidad, la opresión sexual y la victimización (enfoques válidos, sin duda), sino que, como cualquier espectador avezado, rastrearemos un poco bajo la superficie del tejido social para ver qué se oculta detrás de los parámetros de normalidad aprobados por la sociedad. Es decir, el modelo de sociedad que nos plantea Burman. Veamos. El misterio de la felicidad cuenta, básicamente, con tres personajes: Santiago (Guillermo Francella), Eugenio (Fabián Arenillas), y Laura (Inés Estévez). Santiago y Eugenio, amigos de toda la vida, tienen un comercio de electrodomésticos. La sociedad funciona, como también funciona su amistad, a punto tal que se comportan como hermanos gemelos en casi todo. Pero Eugenio está casado (con Laura), y Santiago parece muy contento con su soltería y uno que otro affair.
Un buen día, Eugenio desaparece de la nada, como en el famoso “Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo”. Ni secuestro ni accidente. Eugenio no deja pistas, y éste es el punto de giro de la trama. Santiago ha perdido a su otra mitad, y parece estar tanto o más afectado que Laura, la esposa de Eugenio. Laura, empastillada por algún tratamiento psiquiátrico que indica que no todo andaba bien en su matrimonio con Eugenio, se instala en la oficina que su marido compartía con Santiago. Su intención es examinar las cuentas para vender su parte del negocio a una compañía rival.
Más allá de los negocios, Santiago y Laura, perplejos como al comienzo de la historia, siguen buscando a Eugenio. De entre todas las anécdotas de juventud, Santiago rescata, una y otra vez, un iniciático viaje con su amigo al sur de Brasil. Laura conoce cada detalle de la historia al dedillo, de tanto escuchar a su marido repetirla con nostalgia. No por algo que pasó y no volverá más, sino por lo no concretado, por los caminos que, junto con su amigo, no se animó a tomar. El símbolo más palpable es una vieja sunga floreada. Santiago y Eugenio, sintiéndose libres de prejuicio en Brasil, habían comprado y decidido ponerse una sunga en la playa. Pero no se animaron. Como tampoco se animaron a darle a una “garota” de la playa que los daba vuelta. Llevarse el trofeo individualmente hubiese sido una traición. Ni sunga ni garota.
Aunque cueste creerlo, El misterio… se apoya sobre la búsqueda de Eugenio, los asuntos triviales del negocio de electrodomésticos y sus metáforas, y el resquicio de anhelo por los sueños no concretados de ambos amigos. Obviamente, durante todo este proceso, Santiago y Laura descubren que tenían en común más de lo que pensaban. Si el mensaje y la moraleja suenan demasiado obvios, es porque realmente lo son.
El misterio… tiene una historia bastante bien contada, una acertada dirección de luces y cámara, y un guión bastante compacto, probablemente por la intervención de un sagaz montajista que supo podar lo innecesario. Pero esto no basta para que El misterio… sea una buena película, ni siquiera un aceptable divertimento. La falta de dirección de actores es más que evidente: Francella, a fuerza de oficio, lucha contra sus tics televisivos, mientras que Inés Estévez, luego de ocho años de ausencia del showbiz, hace lo que puede. Que no es mucho, más allá de apelar a clichés y cambiar de estado de ánimo y personal sin explicación. Mal medicado, su personaje.
Sin embargo, al igual que en el musical, ni Santiago ni Laura se quedan sin su arco iris, sin su epifanía. Los espectadores se quedan con sabor a poco. Corte y fundido a negro.