Hay cosas importantes que se desprenden de ver “El misterio de la felicidad”, y lo digo para hacerle verdadera justicia a su realizador. Estaría bueno pensar que hablamos de un improvisado, de un director primerizo como tantos que de vez en cuando realizan su ópera prima con un elenco de lujo. Pero estamos ante un film de Daniel Burman, y algo previo hay aquí. Burman escribe y dirige, y con los años ha demostrado el justo conocimiento de cualquier rango etáreo. Esta vez se sitúa en personajes de cincuenta y pico, y aunque la película debería impactar más a quienes tienen esa edad, la resonancia es clara. Puede parecer una obra cómica, pero es agridulce, y lo bueno de un director que piensa sus películas es que esta ambigüedad no genera ruido. No sucede como con Marcos Carnevale, que en “Corazón de León” no se jugaba por ninguna de las dos aristas, y a veces le salía bien pero confundía al espectador.
Burman sabe que cada plano cuenta, hace las preguntas correctas (sin ofrecer todas las respuestas –siempre una virtud-, lo que le da más crédito al título del film) y si coproduce con Brasil no será en vano viajar a filmar a ese país. Esto último –lo de la (mala) inclusión de la coproducción en el guión- se podía percibir cuando León volaba en paracaídas por Rio de Janeiro, en la mencionada película de Carnevale. Los ralentis son en este aspecto una clave de doble lectura: la primera vez que los vemos tienen un efecto cómico y sobre el final, al ver el mismo recurso utilizado de otra manera, eso cambia de óptica. Basta repensar los primeros ralentis para ver que ya no dan tanta risa, sino que generan una situación más cercana a la reflexión.
No hay que dar excusas tampoco. “El misterio de la felicidad” es cine industrial con contenido. Hay una trama previsible y lineal (la de dos amigos/socios que comparten una vida juntos, hasta que uno desaparece –un hilarante Fabián Arenillas- y su mujer –Inés Estevez- se une con el otro –Guillermo Francella- para encontrarlo) que teje de fondo algunos de los dilemas que nos aquejan cuando llegamos a cierta edad pero quizá no tenemos el tiempo para explorarlos. Ese tiempo que generalmente no está, la película lo habilita a partir de un acontecimiento (la desaparición) y lo convierte en posibilidad múltiple: la de conocerse, preguntarse dónde se está y hacia dónde se va. No son pocas las cuestiones que sugiere el film, como que uno no es más especial que el otro; y que todos somos lo que sabemos que somos –eso nunca es una certeza definitiva, claro está- y lo que el otro cree que somos. Y con ambas cosas hay que convivir.
Más allá de tener un director que sabe lo que hace, hay dos elementos sobresalientes en “El misterio de la felicidad”. El primero es la música de Nico Cota. Diversos y acertados colores para cada momento de la trama; la elección de voces graves, zumbantes y melodiosas como paleta principal; y la fina selección –más atribuible a Burman- de dos canciones como banda sonora en una escena clave de la película.
Por otro lado está Francella. Una superestrella en Argentina, Guillermo no es Darín, pero está en un mismo nivel competitivo en términos de boletos vendidos. A lo otro, el dominio que Ricardo tiene de su oficio -y que el comediante comenzó a vislumbrar en “El secreto de sus ojos”-, está llegando. ¿Qué está haciendo lo mismo hace un par de películas? Puede ser, ¿pero no es exactamente lo que tantas veces se dice de Darín? Y yo los defiendo, a ambos, y a tantos otros. Hay que saber hacer siempre lo mismo y sostenerlo con soltura; eso hace a una superestrella.