Las películas de Daniel Burman, que ya forman parte del paradigma del cine comercial argentino (como si otros cines no lo fueran, de paso) se destacan por un medio tono y un uso en clave menor del costumbrismo que no se ve en otros cineastas. Hay algo de observación sobre los personajes que es mucho más preciso: justamente que los observa y no los “usa” para decir verdades importantes. Aquí cuenta la historia de un hombre (Francella, quien quizás en algunas escenas olvide que el párpado superior puede otorgar matices a la actuación, pero igual está muy bien) que vive para su mejor amigo y para el negocio que llevan montado juntos desde hace décadas. Hasta que ese amigo se va (no muere, no es secuestrado: simplemente se va), y este señor soltero debe llevar adelante los negocios inconclusos con la mujer del “ausente” (Inés Estévez). Puede verse desde allí la comedia romántica, pero no es una comedia romántica porque el foco no es la relación entre ambos personajes sino cómo acostumbrarse o adaptarse a que el mundo no siempre responde a nuestras costumbres más arraigadas. El misterio de la felicidad, aunque parezca trivial en la trama del film, permanece inasible para el espectador: puede ser una playa lejana, el amor o volver todos los días a lo mismo, o ninguna de esas cosas. Lo interesante de esta película es que Burman lo mantiene así de lábil y le deja la pregunta al espectador.