El temible y letal conformismo
No es tarea fácil intentar un análisis del último opus del realizador Daniel Burman, El misterio de la felicidad, despojado de un contexto que excede las virtudes y defectos que arrastra su cine pero que a la hora de una aproximación a sus propuestas, a partir de un giro importante hacia una veta más industrial comenzada con Dos hermanos (2009) seguida por La suerte en tus manos (2012) y coherentemente continuada con esta nueva incursión genérica, es fundamental como punto de partida siempre que se considere la búsqueda cinematográfica de Burman con miras a seducir el público masivo. En este particular caso, el director de El nido vacío (2008) apunta todos sus dardos al blanco explosivo que supone contar con un elenco encabezado por Guillermo Francella y la esperada vuelta de Inés Estévez a la pantalla grande para entregar una comedia melancólica y muy poco sorprendente sobre la incapacidad de luchar por los sueños cuando se tiene miedo de fracasar.
Parece que ser feliz en las circunstancias de la vida, pasados ya los 40 años, es un misterio del que muchos creen conocer la respuesta pero en realidad desconocen el verdadero sentido de la pregunta ¿Qué te hace feliz? Si la respuesta rápida apela al conformismo, de inmediato surge otra pregunta más compleja ¿Por qué creés que sos feliz? Y es hacia ese terreno de ambivalencia; a ese detalle de la foto en el que nadie repara cuando dos amigos sonríen adonde encamina su película Daniel Burman bajo la estructura narrativa de construir a un personaje, Eugenio (Fabián Arenillas), desde su ausencia para comprender –si es que se puede comprender- el motivo de su inexplicable fuga de la rutina y de esa supuesta felicidad cotidiana junto a su amigo y socio Santiago (Guillermo Francella), así como a su monótona convivencia matrimonial con Laura (Inés Estévez). Sin embargo, el punto de vista sobre Eugenio lo aportan dos miradas opuestas (para ella ya no volverá y para él sí) que terminan descubriendo grandes verdades y una afinidad insospechada desde la carencia y la huida temprana de la soledad, entre otras asignaturas pendientes.
Es así cómo desde un planteo esquemático y concentrado por un lado en la errática pero necesaria búsqueda de Eugenio y por otro en la consolidación de una amistad que puede ir más allá de lo protocolar el film de Burman avanza por un camino unidireccional, sin atajos pero sin cruces o desvíos. Daría la impresión que al guión le faltara una puntada más fina y elaboración en lo que se refiere a la trama per se aunque eso no ocurre respecto a la construcción de personajes teniendo siempre presente las cualidades actorales de Francella y Estévez, a quienes no les cuesta generar empatía desde su particular decepción o sufrimiento que nunca llega a manifestarse hacia el melodrama pero que lo roza de manera tangencial por esa incipiente melancolía que encuentra correspondencia tonal con el color apagado de la imagen.
La clausura explícita de opacar todo aquello que permita la comicidad salvaguardando esos apuntes costumbristas característicos en el cine de Burman beneficia a Guillermo Francella para mostrar otra arista interesante en su composición de Santiago, que expresa desde lo gestual o en las diferentes modalidades gestuales todo un proceso interno que va transitando por distintas etapas como la negación, la perplejidad, la falta de horizonte, la decepción, la aceptación mezclada con resignación. No es para nada gradual lo que sucede con el personaje de Laura para el cual Inés Estévez parecería haber sacado a su inolvidable Jimena del unitario Vulnerables del placar de los recuerdos y así traspolarla aquí envuelta de verborragia, inseguridad y un excesivo y reiterado tic que arrastra muletillas de antaño y que por momentos fatiga al espectador antes de experimentar la transformación y ocupar el vacío dejado por Eugenio.
Esa sensación de vacío es la que se respira al tomar contacto con El misterio de la felicidad, un vacío o espacio ambiguo que no se termina de definir a lo largo de todo el metraje y que por momentos se llena demasiado por los clichés del cine industrial para ahogarse en el letargo de la rutina precisamente en una película que cuestiona de cierta manera la rutina; que le sacude el costado épico a lo cotidiano como algunos discursos del cine argentino o más aún de otros ámbitos buscan resaltar para ocultar ese temible pero real conformismo que hace las cosas más fáciles pero menos intensas y atractivas.