Si algo no puede achacarsele a Edgar Wright es de no ser creativo. Desde aquella locura de zombies como lo fue "Shaun of the Dead" hasta esa comedia de videojuegos titulada "Scott Pilgrim vs...", la inventiva del director británico ha sido puesta de manifiesto.
Coherente con su historial, lo realizado en "Last Night in Soho" representa una nueva búsqueda con remarcada ambición, logrando un despliegue visual por momentos impresionante. Ahora bien, no alcanza solamente con la marca de autor para lograr una película sólida en todos sus aspectos. El guión manda y cuando no está bien ejecutado, se nota demasiado.
¿Es acaso la amalgama de géneros la que falla en este film? O es el hecho de haber querido aportar cierto giro de guión efectista, lo que hiere tanto a la obra.
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Para centrarnos en la historia hay que viajar hacia Gran Bretaña, más precisamente a Londres, lugar al que acaba de mudarse Eloise para comenzar sus estudios en Diseño de Indumentaria. Eloise es una joven muy particular, de cultura rural, enamorada del brillo y las figuras de la década del 60. La decepción con la Londres actual será tal, que huirá en su mente casi 60 años antes, a vivir una vida tan idealizada como peligrosa.
En este juego de idas y vueltas temporales, de despliegue onírico y fastuoso es donde Wright encuentra sus mejores momentos, apoyados en el valor artístico tanto de su producción como de su protagonista (Mackenzie).
De forma temprana, la película se vuelve estimulante, casi adictiva. Preguntas y misterios rodeados de ilusiones, deseos y decepciones.
Pero lamentablemente, a medida que avanza la obra y se requiere de un guión capaz de ofrecer respuestas y resoluciones es cuando esa magia empieza a perderse. La inclusión forzada de cierto impacto termina desembocando en un un thriller mal llevado y previsible que culmina de tropiezo en tropiezo.
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"Last Night in Soho" se vuelve un cúmulo de obsesiones tan rico como por momentos infantil. Una obra de claroscuros, tan disfrutable como decepcionante.