AMAGUES DE CINEFILIA
Lejos de los ritmos frenéticos de la trilogía del Cornetto y las pinceladas onomatopéyicas de su primer largometraje con presupuesto norteamericano, Edgar Wright persevera en el que probablemente sea el género más discutido cada vez que en una nueva película de terror abundan las paletas de colores propias de este: el giallo.
Hoy parecería que el mismo término solo es aplicable para mofarse si lo menciona una voz ajena y se tiende a considerar que la Suspiria de Dario Argento es el paradigma de aquella variación italiana, cuando la discusión más pertinente se daría a partir de preguntarnos cómo puede esa obra ser considerada un giallo, siendo que carece de un elemento indispensable como el factor policial (o criminal o, incluso, detectivesco).
No ha faltado quien catalogara a El misterio de Soho como un intento de secuela espiritual de Suspiria –pero a la vez como ejercicio de mera adulación a la nostalgia de los 60s- con solo ver pósters y tráilers, mientras que, por su parte, Wright fue de lleno con los rasgos policiales durante toda la segunda mitad de su más reciente película. No sin recurrir a la manera hitchcockiana de poner en escena la inevitable inoperancia del brazo de la ley en este tipo de relato sobrenatural y haciendo que los enigmas sean resueltos por su protagonista adolescente, quien toma partido cuando la verdad es presentada ante su mirada, pero la comprende por la mitad.
Sí, en esta película se representa el abuso de posición dominante del hombre hacia la mujer, específicamente en el mundo de los clubes nocturnos londinenses durante la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, en la actualidad, los hombres son mayormente ajenos a todo y es la mujer la que quiere disminuir el rol de la mujer, ya sea en el ámbito profesional o en tiempos de ocio. Por esto Eloise (Thomasin McKenzie) toma distancia de sus compañeras universitarias, no solo por no encajar con sus gustos ajenos, y así con ella nos conducen hacia un orden del tipo fantástico.
Eloise viaja en el tiempo cada noche que duerme en su habitación de soltera, eso es un hecho. Ella estudia diseño de modas y es una aficionada absoluta de todo lo relacionado a los años 60, lo cual nos deja en claro su imitación a la Audrey Hepburn de Muñequita de lujo en la primera escena. En sus visitas al Soho de aquella década ella percibe todo desde la perspectiva de Sandy (Anya Taylor‑Joy), una cantante con la que pronto se fascinará, compartirá sus primeros años de experiencia como tal y conocerá los turbios motivos de su inserción en el rubro.
Cuando despierta la primera mañana, Eloise descubre que los registros de que Sandy haya existido realmente son dudosos. Hasta ahí todo podría ser un simple sueño. No obstante, al poco tiempo nota un chupón en su cuello, ubicado en el mismo lugar que Sandy fue besada por Jack (Matt Smith), su manager, la noche que se conocieron. Ahí se entra en un terreno muy conocido, sobradamente referenciado por la saga Pesadilla y la más citada habilidad de Freddy Krueger, con la que matar a sus víctimas en sus sueños equivale a matarlas en vigilia.
Son comunes y esperables las referencias bondianas por parte de Edgar Wright. Ya en el primer adelanto se veía el póster de Operación Trueno y se sabía que en El misterio de Soho se presenciaría la última actuación de Diana Rigg, la eterna Tracy de Vincenzo, efímera esposa de James Bond. No se sabía que a Eloise le encantaría el Vesper Martini –el mismo que inventó Ian Fleming en la novela Casino Royale– al probarlo por primera vez.
Concretamente, no hay un abuso de nostalgia con la presencia de esos guiños. De hecho, si lo pensamos, alguien que conozca sobre el mundo de 007 puede anticiparse uno de los giros narrativos de este film. Es decir, Anya Taylor-Joy tiene –más o menos- la misma edad que Rigg cuando se estrenó la cuarta Bond interpretada por Sean Connery. Y en el uso del Vesper hay una suerte de inversión de roles entre Sandy y Jack, con respecto a Bond y su primer amor, de quien tomara prestado su nombre para bautizar ese trago.
Jack es presentado con el estilo de bon vivant que se le adjudica al espía del servicio secreto británico, pero en las consecuentes citas con Sandy, a Eloise no le cuesta notar que su pareja no es más que un simple proxeneta. De esta manera, Edgar Wright juega con la lectura que se hace de Bond en tiempos de corrección política, sobre todo con el de Connery. Él sabe muy bien que directores como Terence Young y Guy Hamilton hacían que triunfara constantemente en sus conquistas lascivas, aun cuando inicialmente se le negaran. Esto lo contraponían con la presencia de otro personaje –aliado o villano- que trata a las mujeres como mercancía y siempre es limitado por Bond en ese aspecto. Entonces Wright patea un centro a la audiencia más cómoda que se conforma con la interpretación de que todo hombre con esos gustos es una inmundicia viviente (que lo son, los de esta película) o unos inoperantes, como la figura policial de turno.
Es un amague atrás del otro, sobre todo de comodidades, más si son cinéfilas. Siguiendo con lo bondiano, la mujer de la barra que mira a Sandy con gesto reprobatorio desde un plano subjetivo es Margaret Nolan: la que Connery nalguea en Goldfinger y la misma que interpretara a la mujer pintada de oro para los créditos iniciales de dicho film. Además el director hace que la relación amorosa principal sea una pareja interracial. John (Michael Ajao) es el único joven que conecta con Eloise, el único que no cree jamás que ella esté delirando.
Entramos así al aspecto criminal de Soho, aquello que la traducción local identificó como “misterio” en vez de una “última noche” y donde muchos coincidirán en que es donde residen los vicios del film. Hay carne de cañón, ya sea para verosimilistas -o adictos cazadores de agujeros de guion- o puristas del fantástico como género. Los primeros se quejarán de que en el último tercio hay elementos sin sentido, los segundos de que hay un vale todo con respecto a la otredad que invade el presente desde el pasado.
Eloise se salva de ser arrestada después de estar al borde de apuñalar el ojo de una de sus compañeras, la que más se burla de ella. Los cadáveres de las víctimas de Sandy fueron escondidos en los alrededores de la habitación actual de Eloise y ella nunca se percató del aroma putrefacto, pero tampoco nos aclaran si los cuerpos fueron removidos previamente. Nunca nos queda claro hasta qué punto los fantasmas de aquellos hombres pueden dejar su huella en el mundo real.
Lo primero se puede explicar con cierta lógica narrativa. Su compañera pudo no haberla acusado de intento de homicidio porque anteriormente le puso drogas a su trago en una salida nocturna y nos pusieron al tanto de sus vicios ocultos. Aun así, este aspecto Wright lo esquiva polémica y –añadimos- deliberadamente. Los otros dos son de interés verosímil y a la vez de discusión sobre puesta en escena del fantástico. La Sandy del presente se incinera en su casa y los únicos cuerpos que sacan las autoridades están vivos (los de Eloise y John), de todo lo demás no se habla. Otra vez, el director decide ser polémico.
Ahora bien, los fantasmas, ¿son una forma gratuita de recordarnos que es el primer intento del director de meterse en el terror?; ¿Pecan de exceso, como es común en el mainstream de estos tiempos?… Tal vez sí. Aunque también hay un uso polémico en ellos. Un ejercicio de jugar con los límites morales del público, diremos.
Sandy es una víctima, definitivamente. De haber podido progresar en su carrera sin lanzarse a la promiscuidad perversamente impuesta, lo habría hecho, de ser una opción. Ella disfrazó a su verdadera finalidad de lujuria y la convirtió en ritual, pero, en su repetición, recuperó estéticamente lo que comprendió éticamente. De ahí que fuera capaz de drogar e intentar matar a Eloise y John para mantener sus pecados en secreto.
En El misterio de Soho hay un crimen por resolver. La ley es incompetente –deliberadamente- en el pasado y –agnósticamente- en el presente, que no entiende lo sobrenatural y muere por un taxi ritualizado que siempre circula cuando no abunda el tránsito. La juventud nostálgica encarnada en Eloise es la única capacitada para hacerlo. Le hace la vista gorda a los favores que le piden los fantasmas, primero porque reclaman venganza (si queremos, la forma perversa de Sexto sentido) y segundo porque ella se ve espejada en Sandy, en todos los sentidos posibles. Eloise es una joven cuya nostalgia no encaja en su presente y necesita convertirla en algo más. Eventualmente reproduce las prendas favoritas de Sandy y, mediante un último espejo, la adopta como nueva madre, la segunda que muere tras intentar quitarse la vida. Hay dos personas que atentan contra la cordura de Eloise, la malcriada que casi muere por su mano y el policía que es atropellado por su intervención. Nunca sabremos si existió una resolución legal sobre esto, ni sobre los hombres que “desaparecieron” según los periódicos locales, pero, bien supimos, fueron apuñalados por Sandy.
Ya todo forma parte de un fuera de campo que nos pone en duda si Eloise aprendió a recuperar la ética que Sandy perdió, o si lo que nos mostraron los espejos a lo largo de la película es más mimético de lo que suponemos.