La siempre difícil relación padre-hijo, que se complica aún más con el paso del tiempo, se instala con fuerza en este film donde el hombre más joven cumple una suerte de misión rescate que le encomienda la familia para salvar a un médico que lo dejo todo, que se fue a vivir a una casa ruinosa, al borde de un monte misterioso y amenazante, fascinante y bello. Sebastián Coulier, el mismo director de “La inocencia de araña” y “El Corral” sostiene que desarrolló esta película en tres géneros, el drama, lo fantástico y el terror. Y lo hace, con talento y precisión, adentrando al espectador desde el primer minuto en una visión de la naturaleza virgen donde una voz de mujer explica lo inexplicable, las leyendas que el realizador escuchó desde chico. Ese conocimiento ancestral que se acepta como verdad sin cuestionamientos, tan inasible como poderoso. Entre el médico que abandono la civilización y el hijo que llega con intensiones de domesticarlo, la relación nunca será fácil ni se resolverá. Avanzará en la comprensión hasta un cierto límite donde lo racional ya no sirve. Ese monte con presencia propia, como un personaje más, ofrece la posibilidad de alimento pero siempre pedirá un precio saludado con respeto por las voces de los animales. Un universo tan complicado y oscuro como la naturaleza humana que se nutre de desprecios, rechazos e incomprensión. Los trabajos, especialmente el de Gustavo Garzón convertido en un ser primitivo y cruel, y el de Juan Barberini, un elegante hombre de ciudad que se enfrenta a ese mundo de un padre tan desconocido como su entorno natural, son precisos y conmovedores. Un film habitado por lo impenetrable e inasible.