El joven director argentino Sebastián Caulier hace que sus intérpretes, Gustavo Garzón y el siempre eficaz Juan Barberini, se luzcan en su tercer largometraje, después de La inocencia de la araña y El Corral. Claro, el tercer gran protagonista de El Monte es la naturaleza, sus sonidos, sus animales, sus misterios antiguos.
Y si la imagen del drone inicial puede inquietar un poco, las sospechas por suerte quedan ahí. Lejos de abusar del recurso, Caulier arma una especie de película de cámara en plena selva, en torno de un padre y un hijo muy disímiles, y distantes. Es la visita del segundo, preocupado por su padre hosco, lo que inicia este relato de mutuo conocimiento.
El hijo es un urbanita, estudiante de filosofía, que traga con pena el guiso de cotorras que prepara el padre como primera cena. El padre, una especie de cavernario voluntario, que caza, pesca y le pregunta cómo cogen los de su mundo.
Si estas antinomias pueden parecer un poco gruesas y fáciles -a mano para interpretaciones que bordean el exceso, en el caso del padre- en su ayuda acude lo más interesante de El Monte, que tiene menos que ver con la relación padre e hijo y más con el peso de otra presencia, la de un monte oscuro lleno de los monstruos que la imaginación, o la cosmovisión que vemos en la intro, está dispuesta a proveer.