Nicolás (Juan Barberini) va de Buenos Aires a Formosa. Llega a un pueblo alejado de la provincia y desde allí se dirige a una casa aún más alejada. Allí está su padre, Rafael (Gustavo Garzón), quien vive absolutamente aislado, apartado de todo y de todos. Nicolás viene a rescatarlo, o por lo menos eso pretende. Rafael vive en condiciones precarias, en una casa que no tiene ni agua, ni gas, ni luz, ya que voluntariamente cortó todos los servicios. Come lo que caza, pesca o cultiva. Apenas su hijo llega, lo apunta con un arma porque no lo reconoce y, cuando finalmente lo hace, lo pone sobre aviso: no piensa volver a la ciudad de Formosa, ni a su carrera, ni a sus vínculos de entonces. Nicolás decide quedarse unos días. Quizás con el tiempo, piensa, encuentre una forma de convencerlo y llevárselo de vuelta a la civilización que aquel rechaza, ya que señala, un poco orgullosamente, estar “totalmente fuera del sistema”.
Esa estancia juntos podría ser la oportunidad para renovar vínculos entre padre e hijo hace tiempo abandonados. Al poco tiempo esa idea se revela ilusoria. La relación es tirante. Padre e hijo no congenian, no se comprenden, la distancia parece insalvable. Pero eso no es todo, ni siquiera lo más preocupante. Nicolás empieza a notar que su padre tiene una relación particular, cercana, con el monte que está próximo a su casa. Lo ve salir por las noches y pararse ante la naturaleza como en trance, o como formando parte. El Monte lo llama, o lo reclama. Nicolas se da cuenta que quizás tenga que rescatar a su padre pero de algo mucho más peligroso.
En su tercer largometraje, Sebastián Caulier vuelve a filmar en Formosa, esta vez en un ámbito rural, para contar una historia que tiene que ver con el llamado de lo salvaje. Aquí la naturaleza es protagonista junto a los dos personajes principales. El Monte es tanto un drama familiar, una historia de padres e hijos, como un relato fantástico donde lo natural, y lo sobrenatural ejercen su influjo magnético. En el caso de padre e hijo, está claro el abismo que los separa, y el ambiente en que ahora están sumergidos contribuye a abrirlo aún más. Las actividades cotidianas que comparten, y que deberían reunirlos, no hacen más que separarlos, poner en evidencia sus diferencias.
Caulier pone en tensión esta relación padre-hijo y la presenta, en sus propias palabras, como “una defensa del desacuerdo”. Rafael no comprende las elecciones de vida de su hijo y todo el tiempo le refriega su supuesta inutilidad, mientras Nicolas no entiende qué es eso en lo que se convirtió su padre. La frustración crece y los estallidos son cada vez más frecuentes. Si alguna vez hubo una relación cercana hoy está quebrada y Rafael y Nicolás tienen que aprender a ser padre e hijo otra vez. Lo que el realizador plantea es que esa distancia que los separa no puede reducirse a cero. Hay allí una imposibilidad que es inútil tratar de quebrar. Padre e hijo tienen que aprender a aceptarse en su diferencia, que el otro en un determinado punto es inaccesible y hasta incomprensible y que tienen que aprender a vivir con eso y soportarlo.
En esta disputa, el Monte entra como tercero en discordia. Caulier lo presenta como la suma de sus partes (animales, vegetación) y como una entidad en sí misma. El monte es a la vez seductor, exuberante y siniestro, una presencia que reclama y no acepta una negativa ni una interferencia, a la que puede castigar con crueldad y vehemencia. Los pocos habitantes del pueblo lo saben, tanto lo que el Monte quiere como lo que es capaz de hacer si se lo molesta, y por eso le advierten a Nicolás que no se meta, que el Monte reclama a Rafael y no hay nada que hacer. Pero Nicolás no hace caso, quizás porque rescatarlo sea efectivamente la forma de reunir a padre e hijo. El realizador le da al Monte una esencia por fuera de la lógica humana, sus propósitos no son siempre comprensibles, sus razones no son las de los hombres. Lo dicen los voceros que se escuchan a veces en off, a veces con rostros de niños: “el monte es monte y nada más”.
En tanto relato fantástico, El Monte presenta varias escenas hipnóticas, con una atmósfera de sueño o pesadilla. Caulier juega con elementos de terror y de fábula. Donde mejor se percibe es en las escenas nocturnas, donde Rafael sale a encontrarse con el Monte y sus habitantes conduciéndolos como un director de orquesta. Momentos plenos de sugestión y misterio donde tiene un papel fundamental el trabajo sobre el sonido y la fotografía, que contribuyen a la construcción de esta atmósfera de belleza y amenaza. Como en su anterior film, El corral, hay una sensación de tensión creciente, de catástrofe inminente. Con una breve pero contundente filmografía, Sebastián Caulier sigue contando historias desde su lugar en el mundo con una mirada personal, y se confirma como autor a seguir.
EL MONTE
El Monte. Argentina. 2022
Dirección: Sebastián Caulier. Elenco: Elenco: Gustavo Garzón, Juan Barberini, Gabriela Pastor. Guión: Sebastián Caulier. Dirección de Fotografía y Cámara: Nicolás Gorla. Música Original: Sr. Pernich. Montaje: Tomás Pernich, Federico Rotstein. Dirección de Arte: Andrea Benítez. Diseño de sonido: Manuel de Andrés. Producción: Daniel A. Werner. Duración: 87 minutos.