Nicolás (Juan Barberini) regresa a Formosa para rescatar a su padre, Rafael (Gustavo Garzón), su padre, que de forma intempestiva e inexplicable abandonó su carrera, su hogar y sus vínculos para irse a vivir en una casa en ruinas en medio del monte. Nicolás, filósofo, usa su tiempo de vacaciones para tratar de hacer entrar en razón a su padre y entender los motivos de sus acciones. En medio de un calor insoportable, ambos hombres compartirán los días, enfrentándose por heridas abiertas, recordando puntos en común. Pero algunos habitantes del lugar confirmarán las sospechas de Nicolás, que ve un comportamiento raro en su padre y un vínculo cada vez más fuerte con la naturaleza.
La película es una historia de padre e hijo tradicional a la que se le agrega todo un clima de cine fantástico. Rafael parece ir despegándose de la racionalidad para convertirse en algo diferente, algo más salvaje, algo que renuncia a la civilización. Lo que en teoría es interesante en la práctica es un film de narración morosa por demás, con actores poniendo caras más que transmitiendo ideas o sentimientos. Las limitaciones de presupuesto delatan locaciones poco aprovechadas y un rodaje poco riguroso en relación con las ambiciones estéticas. El cine argentino ha demostrado que se pueden hacer historias así en esos lugares, pero aquí el resultado es decepcionante.