Rápidamente tras su proyección en Cannes, en la Quinzaine des Réalisateurs, El motoarrebatador, coproducción argentino-uruguaya de Agustín Toscano realizada íntegramente en Tucumán, se estrenó en Buenos Aires. A partir de algo que le ocurrió a su propia madre: haber sido arrastrada unos metros por un motochorro en el forcejeo de su cartera.
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No hay mucha espera para que el motoarrebatador del titulo aparezca desde el fuera de campo, colocándose en un leve contrapicado en el primer plano de presentación de los créditos. Los acordes de Maxi Prieto construyen en esos segundos una verdadera estructura sonora: el casco, la campera y los guantes negros son solo atributos que contribuyen al diseño del personaje: ese dominio del campo sonoro, que incluye unos pájaros y los pasos de alguien que se acerca, logra su objetivo: ya estamos atrapados en algo, aunque la verdadera acción ocurra pocos segundos después.
Una mujer entra y sale de un cajero automático, unos motoqueros le arrebatan su cartera y queda enganchada de ella de tal manera que es arrastrada unos metros, tal cual la madre de Toscano en la vida real. De allí a repartir el botín debajo de un puente e ir a buscar al hijo al colegio, como si fuera un día de trabajo más.
Entre ese primer momento y la irrupción del niño en escena comienza a ofrecer Toscano la pintura de un personaje: un hombre que vive de un trabajo sucio pero no le teme a la culpa, que está separado de su mujer y tiene un hijo al que cuida un par de veces por semana. Miguel, como todos, tiene matices y a esa culpa que lo lleva al hospital para saber qué pasó con la mujer a la que robó, le sigue un rapto de curiosidad para entrar a la casa de esa mujer y husmear sus cosas. Miguel comienza a mentir para ocupar una parte de la vida de Helena, que extrañamente no se reconoce en ese nombre, y junto a eso ocupar la propiedad aprovechando la amnesia tras el shock del robo. No reconocerse en el nombre propio o en las acciones propias ponen en paralelo a Miguel y Helena quienes deberán convivir unos días en una casa que también comienza a ser tema.
El conjunto de sensaciones personales está justificado por un contexto social en el que una huelga de la policía reclama mejoras salariales. En 2013, la Argentina sufrió un gravísimo paro que afectó a muchas provincias y en Tucumán eran frecuentes los saqueos de motoqueros a supermercados. No transcurre la historia en esos años ni quiere ser un registro documental de aquella situación social. La participación de Miguel en uno de estos saqueos será un nuevo escalón en un guión preciso y riguroso: una moto roja será para su hijo, un electrodoméstico para Helena, la cámara de seguridad lo toma en primer plano y ya no habrá mucho lugar donde esconderse.
Este ladrón romántico, impecablemente actuado por Sergio Prina, deberá saldar sus cuentas y lo hará desde lo humano y desde lo social. Para llegar hasta allí, el recorrido de esta dignísima producción tucumana atraviesa el tema de la marginalidad y la lucha por propiedad privada con una solvencia narrativa no muchas veces vista en el cine nacional.