Entre la Culpa y la Necesidad
Como en una historia oída cualquier día en el noticiero o leída en los diarios, dos jóvenes en moto emboscan a una mujer mayor cuando sale del cajero automático para arrebatarle su cartera. Pero, quizás por reflejo, la mujer se resiste a soltarla y es arrastrada unos cuantos metros hasta que queda en la vereda gravemente herida.
No hace falta verle la cara al conductor a través del casco para entender cuánto lo impresiona esa visión. Solo reacciona ante la insistencia de su cómplice, que lo impulsa a escapar. Cuando se detienen para repartir el botín conocemos a Miguel, un joven padre que a pesar de ganarse la vida como delincuente da muestras de tener algunos restos de buen corazón; se siente culpable por lo que acaban de hacer.
Recuperando de la basura los documentos de la señora, la rastrea para sacarse la duda sobre qué fue de ella, descubriendo que se encuentra internada en el hospital sin recordar ni su propio nombre y sin nadie que se haga cargo de ella: aprovecha el hecho para instalarse en su casa, usando las llaves que estaban en la cartera robada.
Mientras Elena se recupera de sus heridas, Miguel se hace pasar por su inquilino para tener dónde dormir al mismo tiempo que acalla su conciencia, ayudándola en todo lo que puede para que se recupere. Entre ambos se va formando una relación cariñosa, aunque Miguel vive esperando ser descubierto en la mentira.
Zona de Grises
Aunque es fácil a primera vista vincular El Motoarrebatador con la corriente de nuevo cine argentino que hace unos años tomó como tema el contemplar la marginalidad, en este caso hay un factor importante que lo diferencia: hay una historia concreta para contar. El foco no está en mostrar la situación como si fuera una visita al zoológico, sino en el personaje en sí; en exponer sus contradicciones y sus grises mientras trata de hacer lo mejor que puede en un contexto que le es hostil en más de un sentido.
Miguel no es ni un santo ni un demonio, como tampoco lo es Elena, quien a veces maltrata o se aprovecha de su benefactor. Su amnesia parece siempre a punto de revertirse y eso pone a Miguel (Sergio Prina) en una situación de riesgo, pero así y todo elige quedarse a su lado. Queda a interpretación cuánto hay de egoísta y cuánto de verdadero sacrificio en su decisión de continuar atendiendo a Elena (Liliana Juarez), porque ni él parece saber la respuesta y la película no intenta convencernos de nada, aunque parece dejar claro que hay un poco de ambas fluctuando a cada momento.
Sobre esa solidez de guion que no pretende romantizar la marginalidad pero tampoco condenarla (simplemente retratarla como una realidad), se apoyan los trabajos de sus dos intérpretes protagonistas para darle el extra que toda historia necesita y darnos motivos para que nos importe lo que les sucede a estos personajes. No es fácil empatizar con alguien que claramente está mintiendo y sacando alguna ventaja de esa situación, pero este conflictuado motoarrebatador lo logra sin necesitar de exageraciones ni muchas explicaciones. Pasa muchas de sus escenas en soledad y silencio, expresando solo con gestos sus conflictos internos; sin embargo se convierte en otra persona cuando está con Elena sin por eso generar contradicciones, porque deja lugar a las dudas sobre cuánto hay de real en el cariño que se muestran.
Conclusión
La trama de El Motoarrebatador podrá ser sencilla y a veces algo previsible, pero no por eso dejar de tener un carisma especial, sostenido principalmente por las interpretaciones de sus protagonistas. Se plantea humanizar sin justificar, tratando de no juzgar con extremos a sus personajes. Lo logra, quedando como un referente de la importancia de desporteñizar el cine argentino.