Eufemismos y contradicciones.
Hace menos de una semana circula desde los medios la captura de una cámara de seguridad de un barrio. Una anciana camina por la calle tras haber extraído de un cajero automático lo que se supone son billetes, una moto con dos sujetos con casco se acercan de manera violenta y en plena marcha uno de ellos arrebata la cartera de la señora, y la arrastra, dado que su brazo queda atrapado sin poder soltarse de ella hasta quedar desparramada en el suelo. El motoarrebatador, segundo opus de Agustín Toscano, nos introduce en la misma escena, claro que con un ángulo cinematográfico y un cuidado estético en la forma que dista mucho de la captura de una cámara de seguridad.
El fenómeno es el mismo, cambian los eufemismos, para los medios es otro ejemplo de delincuencia perpetrada por moto chorros, para el cine de Agustín Toscano un arrebato perpetrado por un chofer de motocicletas, al mando del manubrio en una situación tensa junto a su acompañante, en un acto de destreza física que lo expone también a la caída, aunque es justo decirlo la víctima que cae arrastrada se convierte rápidamente en el nexo movido por la culpa del protagonista.
De inmediato, entonces, la idea de cambiar de ángulo y por ende de punto de vista corre el eje del fenómeno para sumergirnos en un relato que busca la empatía sin agregar apuntes de orden moral o algún que otro valor por encima de lo que se ve.
Si bien la sutileza en ese minimalismo que abandona los subrayados o las bajadas de línea encuentra sus mejores herramientas en la traspolación de un western urbano en el contexto de una huelga de policías en la provincia de Tucumán, hecho verídico que dejara por el lapso de unos días liberada la calle para que la turba ensaye la mejor expresión de anarquía, camuflada de necesidades y oportunismo ante un escenario donde reina la impunidad, la película de Agustín Toscano no evade las aristas sociales que raspan la cáscara del vínculo entre víctima y victimario.
En ese sentido, la ausencia de maniqueísmos deja que el relato crezca a nivel dramático y fluya sin necesidad de forzar situaciones o introducir subtramas entre vueltas de tuerca para que el círculo cierre y lo lineal no se vea afectado o contaminado de especulaciones en el guión.
Así las cosas, con pocos elementos y personajes bien construidos -tridimensionalmente hablando- El motoarrebatador convierte el robo en arrebato y el arrebato en usurpación, la usurpación en las historias sobre segundas oportunidades, en el marco de una realidad donde los eufemismos sobran y las distorsiones entre causas y consecuencias se ocultan en cualquier tipo de discurso hipócrita o ideología, como ya ocurría en la opera prima Los dueños.