La culpa y el sentido de pertenencia. Sobre esos dos ejes gira toda El motoarrebatador.
Miguel es uno de los dos motochorros que vieron a una mujer mayor sacar dinero de un cajero automático, le arrebataron la cartera, pero se quedó aferrada a ella y la arrastraron varios metros por la calle. Elena queda inconsciente, los ladrones huyen y en un basurero en las afueras de la ciudad de San Miguel de Tucumán se reparten el botín.
Pero el sentimiento de culpa de Miguel es mayor que lo que ganó, y se preocupa por saber qué pasó con Elena. Tiene su documento, va a verla al hospital y advierte que la mujer padece una amnesia casi total. Se hace pasar por un allegado. Y va a vivir a su casa.
Y como en Los dueños, la película que Agustín Toscano había codirigido con Ezequiel Radusky, hay alguien que cree que puede poseer lo que es de otro.
Miguel, que tiene una pésima relación con su ex, y un hijo de 11 años al que ve de vez en cuando, tiene algo en común con Elena. Son dos seres que (sobre)viven como pueden. El entorno el contexto tampoco ayudan. En Tucumán hay una huelga de policías, los saqueos son cosa de todos los días y el robo perpetrado por Miguel es sencillo.
Pero a partir de allí, y cuando Elena regrese aún sin memoria a su casa, la película pegará otro giro más. Y lo social pasa a un segundo plano.
Lo que interesa en verdad son Miguel y Elena. Esa relación, que pende de un hilo -el de la memoria de ella- y también de cómo se fortalezca, o no, ese vínculo que nace entre estos dos casi perdedores.
Toscano no los muestra cómo son, o mejor, sí: tienen cosas ocultas, la cámara los sorprende y ellos dialogan a partir de lo que pueden, más de lo que quieren. Así como Miguel es empujado al delito por la tensión social, también trata de redimirse -en un comienzo- y sabe que lo que hizo no está bien, Elena tendría lo suyo.
Relato social, pero primordialmente intimista, El motoarrebatador tiene un aire a los filmes de los hermanos Dardenne. Por los personajes, por las ambigüedades, por querer encontrar un mundo mejor que en el que viven. Sergio Prina y Liliana Juárez están más que bien en sus papeles. Son roles de gente común, pasando circunstancias extraordinarias, sin dejar de ser ellos mismos.