Voy a comenzar hablando de la estética: El motoarrebatador es una película inusual, sobre todo por la construcción de la imagen en cada uno de los cuadros. Y eso es bienvenido porque da gusto disfrutar de ese cuidado en la pantalla. En sí mismos parecen una pintura; la luz es utilizada de manera magnífica y ello se debe al desempeño del director de fotografía, Arauco Hernàndez Holz, con quien el director, Agustìn Toscano, repite dupla. La puesta de cámara en cada escena es inmejorable; así se ve a los personajes en el espacio de la manera más correcta que es posible.
El guion se siente bien construido y el delineado de los personajes es tanto real como natural, y en ningún momento se nota fuera de registro o sobreactuado el desempeño de los actores.
Entre crítica a la propiedad privada y excelente dibujo social, se trata de una muy buena visión sobre lo que somos y lo que, de alguna manera, pretendemos ser, empujados por la necesidad, en ese camino de la existencia que muestra una sociedad que pone de relieve los privilegios de algunos ciudadanos por sobre otros, y, en ocasiones, termina por enorgullecerse a los dos.
Me he sentido sorprendido al encontrar un muy buen trabajo de dirección en lo que refiere al elenco, un uso de las herramientas técnicas más que efectivo, un cuidado en la disposición de los personajes en cuadro en las escenas, sumado a diálogos creíbles.
Es necesario destacar la gracia natural de Liliana Juàrez y la excelente química que sostiene con Sergio Prina, explicada seguramente en el hecho que han trabajado juntos y bajo las órdenes del director tanto en cine (en Los dueños, de 2013) como en teatro.
Con certeza El motoarrebatador es una opción de cine digno de verse, con una historia lograda y atrapante que logra sacar al espectador de su lugar de comodidad, interpelándolo sin moralizar. Es suficiente en una época en que un tono equivocado termina por lograr que un mensaje bien intencionado haga agua.
*Crítica de Gastón Dufour