Fábula de una nación
Benjamín Naishtat, una de las nuevas voces del cine argentino que ya había sorprendido con Historia del miedo, un punzante film situado en alguna parte del conurbano bonaerense que exploraba la naturaleza del miedo a los otros con un comentario social que atravesaba el relato, estrena El movimiento y vuelve a algunos de los tópicos que ya exploró modificando completamente el contexto.
“1835. Plaga. Anarquía”, las pistas para situarnos en el escenario son básicas pero efectivas, un período oscuro que es aún fuente de intensos debates históricos, en el proceso de consolidación del segundo gobierno rosista, entre un caos de guerras intestinas. Es por lo tanto el miedo una de las claves de este nuevo film de Naishtat, aunque esta vez se encuentra atravesado por condimentos políticos que tienen mucho que decir de los riesgos del personalismo. Al igual que Historia del miedo, se trata de un film fragmentario cuyo prólogo descarnado pone en contexto el escenario histórico. El director explora los rostros transmitiendo a la acción una expresividad que lo lleva a manejar la tensión y los tiempos con maestría, sumando el uso de un leitmotiv musical brillante tanto en su ejecución como en el montaje.
Si bien se mencionó al personalismo, es peligroso mencionar livianamente una etiqueta política en torno al film. Las ambigüedades a las que se prestan los actos del líder en ese entorno anárquico y cómo reaccionan, en primera instancia, quienes simpatizan con sus ideas políticas, y en segunda, el pueblo al que expresa esas ideas, puede llevar a lecturas apresuradas que tienen más que ver con la coyuntura actual que los actos aislados que El movimiento pretende para ilustrar un periodo caótico del Siglo XIX. Esta sobre-lectura -que inmediatamente llevaría a que el rotulo del film sea “anti-popular”- se debe a que las consignas cada vez más crípticas del líder son seguidas hasta el absurdo a medida que avanza la locura del relato y, salvo excepciones, por lo general las consecuencias degradan a la clase popular.
Sin embargo, a pesar de sus aciertos, con El movimiento no se logra un resultado tan redondo como en su ópera prima: por momentos la edición es desprolija y algunos segmentos permanecen aislados o resultan confusos, en particular porque hay una serie de ideas que no terminan de cuajar con el personaje encarnado por Pablo Cedrón. Cercano al cine de Werner Herzog -ese nihilismo de una empresa imposible- y al western, Naishtat confirma su personalidad y madurez como realizador a pesar de las irregularidades que puedan hallarse.