Civilización y barbarie
Tras su auspiciosa ópera prima Historia del miedo (2014), el realizador Benjamin Naishtat indaga en El movimiento (2015) la génesis de una nación, forjada con una violencia no exenta de delirio.
1835. Son tiempos de crisis, de anarquías y de reglas impuestas a cuchillo. El horizonte aún parece infinito en esta jovencísima Argentina. La peste acaba con la vida de miles de personas y, en medio de este panorama desgraciado, recorre el campo “El movimiento”, un grupo de hombres liderado por un caudillo feroz y delirante, a quien Pablo Cedrón interpreta de forma brillante. Resulta difícil imaginar un mejor intérprete para tamaño personaje.
El movimiento es, también, una mirada nada condescendiente sobre el comienzo de una nación, en donde convive el malevaje de la literatura borgeana con el western; mixtura ofrecida en un blanco y negro que la directora de fotografía Soledad Rodríguez compuso con delicadeza pictórica.
En tiempos fundacionales transcurre este relato conciso y despiadado, que puede conectarse con Jauja (Lisandro Alonso, 2014) no sólo por el formato de pantalla cuadrangular, sino también por la lectura histórica que ambas obras promueven sin una pizca de enciclopedismo o acercamiento didáctico. También hay algo de lo épico degradado y del delirio propio de las narraciones de Cesar Aira. Pero es justo reconocer que la película de Benjamin Naishtat tiene vuelo propio, y que las influencias convergen en un universo compacto, reconocible pero a la vez extrañado. Es el triunfo de una elaboradísima puesta en escena, que tiene un destacable acierto y es el uso del primer plano como una herramienta para explorar tensiones forjadas mediante gestos mínimos y miradas desafiantes.
El realizador también propone un tono disruptivo, merced a planos que irrumpen como si se alejaran de la notación meramente histórica, y que funcionan como puntos de fuga del personaje protagónico. Es un personaje memorable, de esos que perduran en la retina del espectador luego de la proyección; patético, plomizo, decadente, altisonante, idealista. Y sumamente verosímil en este contexto febril y proclive a ser conectado con los tiempos electorales que hoy nos tocan transitar.