La historia sigue siendo la misma
Asentando su trama en 1835, el filme busca los fundamentos de los manejos de la política autóctona.
Cómo el pasado explica, o ayuda a entender el presente es uno de los ejes de El movimiento, la película de Benjamín Naishtat que abre el debate sobre los manejos de la política argentina.
Por más que las acciones transcurran en 1835, en tiempos de anarquía y peste, como se explica, los aprietes de un caudillo, interpretado por Pablo Cedrón, tienen ecos en cualquier momento de la política nacional. De ayer y de hoy.
El enfrentamiento entre dos facciones de un aparente mismo bando dentro de una organización nacional lleva a que el caudillo cabalgue el interior imponiendo los beneficios y las ideas del movimiento. El cabecilla actúa como un puntero. La violencia y la impunidad (se ajusticia a cañonazo limpio) prevalecen.
La película, que tuvo un proceso de rodaje y posproducción apretado, condiciones que impuso el programa de producción del Festival de cine coreano de Jeonju, principal inversor del segundo filme de Naishtat, está rodada en un blanco y negro casi opresivo, y tiene un encuadre como el de Jauja, de Lisandro Alonso (la pantalla 4/3, casi de fomato cuadrado). Y no es el único punto de contacto. Ambos títulos transcurren en el pasado, en el interior, el paisaje más que integrarse al relato lo forma y transforma, y las fronteras no tienen nunca un límite preciso. Son bordes literales, de espacio, pero también finos, delgados en materia de ética.
Cedrón, que protagonizó Aballay, el hombre sin miedo, de Fernando Spiner, con la que tiene alguna relación, está realmente compenetrado con su papel. Cuando arenga, cuando cuestiona, el caudillo mete miedo.
En los rubros técnicos la película es impecable. La iluminación, con escasa luz, con muchas escenas rodadas de noche y cámara en mano, de Soledad Rodríguez, impacta. Y la música compuesta por Pedro Irusta marca contrapuntos, hace crecer los ecos de la historia. Y cada una de ellas tendría valor propio, pero están en función de la obra de Naishtat, quien ya en Historia del miedo hablaba de dos grupos: los ricos que vivían en un country, y los que les servían y estaban afuera. La contraposición hace a la fuerza.