De un universo de terror a uno cómico.
El director de La corporación le suma una deliberada apuesta por el humor, el absurdo y la parodia a una vertiente fantástica: un grupo de hombres –y uno de ellos en particular, exponente perfecto del macho argentino– purgando en la Tierra las consecuencias de su misoginia.
Con siete largos y un par de cortos como realizador, queda claro que a Fabián Forte le gustan los géneros. Le gustan para transitarlos, respetando sus códigos estéticos y narrativos (el cine gore más puro y visceral en Celo y Mala carne), e incluso sus taras (el evidente lastre de la comedia televisiva en Socios por accidente), pero también para mixturarlos. Basta recordar que La corporación –último trabajo en soledad antes de la codirección junto a Nicanor Loreti de los dos films protagonizados por José María Listorti– se cocinaba a fuego lento en las brasas del thriller corporativista, el suspenso y un enrarecimiento de lo cotidiano motorizado por una entidad controlando los mecanismos del sistema digno de una novela de Philip K. Dick o Ray Bradbury. El muerto cuenta su historia se hizo en la misma parrilla, aunque modificando algunos de los elementos combustibles: aquí ya no hay una vertiente empresarial pero supervive la fincheriana idea de juego mortal, a la que se le suma una apuesta más deliberada por el humor, el absurdo y la parodia que se amalgama con una vertiente fantástica ilustrada en la idea de un grupo de hombres purgando en la Tierra las consecuencias de su misoginia.
El protagonista del opus siete de Forte tiene, igual que el de La corporación, todo aquello que cualquier exponente promedio de la clase media con aspiraciones podría anhelar: un empleo con proyección, buena pilcha, lindo auto, una casa amplia y una hermosa morocha a su lado. Pero puertas afuera deja mucho que desear. O al menos eso piensan las integrantes de una cofradía de la mitología celta que se caracteriza por los intentos de vengar a aquellas mujeres maltratadas por los hombres. Ellas ven en Ángel (Diego Gentile, el novio de Érica Rivas en Relatos salvajes) un muestrario perfecto de todo lo que está mal: es burda y brutalmente machista, cosificador, infiel, superficial y discriminador compulsivo de todas y cada una de las modelos que presentan sus materiales para el casting del próximo proyecto de su agencia de publicidad. La visión de una hermosa señorita en un bar (Emilia Attias), y el inevitable intento de seducirla, serán el puntapié para la alteración absoluta del mundo tal como lo había conocido hasta ese momento.
Prolijísima en sus rubros técnicos, El muerto cuenta su historia amenaza con ser una revalidación feminista obvia y subrayada, al tiempo que su dramaturgia parece empantanarse en la mixtura de la realidad del personaje con sus fantasías deformadas y pulsionales. Hasta que en su última mitad muta encierro psicológico y opresión por liviandad y humor. Sucede cuando Ángel encuentre “apoyo” en un grupo de hombres afectados por el mismo hechizo. Como si fuera una de Mel Brooks, o una adaptación nac & pop de La muerte le sienta bien, de Robert Zemeckis, el realizador desplaza a sus criaturas de un universo terrorífico a uno cómico, en este caso mediante la irrupción de una cena –menú: carne cruda– en la que ellos establecen una topología del descaste que incluye, entre otras cosas, la puesta en común de sus penurias, análisis de las consecuencias y elucubraciones posibles formas de volver a ser quienes fueron, primeros esbozos de que el Más allá también puede ser un irremediable Más acá.