Los documentales centrados en personajes históricos presentan varios desafíos para los directores. A los inevitables datos biográficos y de contexto, debe sumarse la creación de un interés en el espectador por una vida ajena y en muchos casos lejana, sin que esto implique un enamoramiento de la película hacia su personaje. Un desafío que sortea –y con creces– el realizador Sebastián Martínez (París Marsella, Centro) en El mundo entero.
El personaje en cuestión se llama Francisco Piria y es conocido por haber fundado la pequeña localidad balnearia de Piriápolis. “¿Cómo se hace una ciudad de la nada, en medio de la nada, a fines del siglo XIX, en Uruguay?”, se pregunta la voz en off en una de las primeras escenas. La búsqueda de una respuesta da como resultado un recorrido por la vida de un hombre con espíritu de pionero y mil aristas, cada cual más misteriosa, fascinante e intrigante que la anterior. Una vida en la que se entreverán los desarrollos inmobiliarios con la alquimia, la masonería, la escritura de la que es considerada la primera novela futurista uruguaya y hasta un intento trunco de hacer negocios en la Argentina.
Piria fue un millonario que cosechó su fortuna de muy joven gracias a su talento para el comercio, y que luego dedicó sus energías a desarrollar una ciudad siguiendo los por entonces aquí desconocidos modelos urbanos europeos. Y también, por qué no, sus caprichos. El resultado fue un oasis de construcciones faraónicas y monumentos importados en una zona deshabitada, prácticamente virgen. Claro que el estado uruguayo no vio con buenos ojos el emprendimiento, algo que no le impidió a Piria continuar con su aventura, llegando incluso a crear leyes propias.
Martínez no oculta su fascinación por el personaje ni mucho por una obra arquitectónica que filma con fruición y enorme atención a los detalles, en lo que probablemente sea una de las primeras veces que los planos aéreos con drones están plenamente justificados. Pero si en la mayoría de los documentales esa fascinación se traduce en celebración, aquí opera como base para un documental narrado con la misma pasión y elegancia con que Piria realizó sus obras. Obras que, como suele ocurrir con los megalómanos (cuesta no vincular esta historia con la del arquitecto Francisco Salamone), esconden decenas de significados que la película intenta dilucidar. Una tarea por momentos imposible, pero que depara un viaje hipnótico y atrapante.