El estreno de una película búlgara, en fílmico y en buenas salas, es una bienvenida rareza para la monótona cartelera porteña. Aunque no se trate de una gran película, siempre celebramos la posibilidad de asomarnos a una cinematografía desconocida. El mundo es grande y la salvación está a la vuelta de la esquina está concebida como una alegoría sobre la pérdida de memoria de los disidentes que huyeron del comunismo. Stefan Komandarev construye un viaje geográfico y temporal intentando remover cuestiones tan pesadas como la identidad de Europa luego de la Segunda Guerra Mundial. Pero sólo consigue una representación ingenua y grosera de la Historia, dominada por la voluntad de conmover y entregar una enseñanza. La gran actuación de Miki Manojlovic no alcanza para compensar las torpezas de la puesta en escena ni para reducir la pátina de moralina y buenos sentimientos que nos impone el director.
La película cuenta la historia de Alex, un joven alemán de origen búlgaro que pierde la memoria luego del accidente que provoca la muerte de sus padres. Su abuelo, un campeón de backgammon que sigue viviendo en Bulgaria, viene a buscarlo y lo lleva de regreso hacia la tierra de sus antepasados. El mundo es grande… es una suerte de road-movie en bicicleta que, mediante el regreso a los orígenes, busca zambullirse en el centro de la memoria. El director alterna las secuencias que muestran el trabajo del viejo para ayudar a su nieto a recobrar la memoria, con otras que presentan la infancia de Alex y las razones que impulsaron a sus padres a huir. Abuelo y nieto pedalean en tándem sobre un fondo de bellas imágenes de tarjeta postal mientras, a grandes golpes de flashbacks amarilleados, el espectador descubre la historia de Alex y su familia. Lo simplista se torna subrayado y maniqueo en las secuencias que ponen en escena las exigencias del poder dictatorial comunista en Bulgaria o la vida en el campo de refugiados políticos en Italia. Con todo, Komandarev se las arregla para destilar algo de humor gracias a la personalidad exuberante de Bai Dan, el personaje que interpreta con justeza Miki Manojlovic, el recordado actor de Underground y Papá salió en viaje de negocios. Carlo Ljubek es bastante menos convincente, al tal punto que por momentos nos preguntamos si no confunde amnesia con estupidez. El resto es previsible. Con un final cantado, el viaje se hace largo y transcurre perezosamente entre aforismos, moralejas, diálogos afectados, metáforas sobre el backgammon como filosofía de vida y demasiado trazo grueso.