Redención detrás de la cortina
Esta película búlgara, de nombre kilométrico, toca varios de los tópicos usuales en películas europeas a las que todavía se sigue llamando “de calidad”, y que tal vez correspondería llamar “de calidad media”. La revisita, en tono crítico, al pasado de los regímenes de detrás de la cortina; la pérdida y recuperación de las raíces; la figura de algún mayor como guía de los jóvenes y la pervivencia de los lazos familiares son algunos de ellos. Como la simple enumeración temática permite constatar, este cine de calidad media, y El mundo es grande... no es precisamente la excepción, tiende a la complacencia, lo consensual, el conservadurismo, dicho esto tanto en términos ideológicos como estéticos. ¿O no es conservador, acaso, que un joven amnésico se reencuentre a sí mismo, a quienes lo rodean, a su terruño incluso, gracias a los esfuerzos de recuperación hechos por el abuelo más bueno del mundo?
El abuelo más bueno del mundo (y más joven, porque más de 60 no puede tener) es el serbio Miki Manojlovic, conocido, entre otras, por Papá salió en viaje de negocios, Tiempo de milagros y Underground. Jugador de backgammon y libertario de rostro amable, en sus tiempos el abuelo Bai Dan llegó a dinamitar un busto de Stalin, ganándose quince años de prisión: el perfecto héroe post-caída del Muro. Ahora, Bai Dan deja por un rato el juego en el que descuella en el bar de la esquina (“es la primera película sobre backgammon”, se enorgullece el realizador y coguionista Stephan Komandarev) para ir al rescate de Sashko, su nieto veinteañero. Tras sufrir un grave accidente automovilístico, Sashko se halla internado en una clínica alemana, tan amnésico como para no saber quién es él, ni el abuelo, ni nadie. “Encontrar respuesta a esas preguntas implica un viaje espiritual hacia dentro del propio ser”, sugiere Komandarev, con precisiones de Carlos Warnes, en la gacetilla de prensa.
¿Será una sorpresa que de a poco Sashko vaya recuperando la memoria, de la mano del paciente abuelo y con el backgammon como metáfora de la vida, el mundo, la salvación a la vuelta de la esquina? De metáforas evidentes están hechas las películas de calidad media. Antes de recuperarse a sí mismo y descubrir el amor, ese vehículo de sentidos llamado Sashko recordará su infancia en flashbacks de color caramelo. Flashbacks que van desde su nacimiento hasta el momento en que con sus padres logró huir del régimen, el racionamiento alimentario, la falta de futuro, la delación oficial, el sometimiento a la Unión Soviética, llegando hasta Italia. En una tautología sobreutilizada ya en la peor película de Pino Solanas (El viaje, 1992), sobre el final el recorrido de la memoria se verá representado por ese recurso de feria de algún cine primitivo y tanto cine casero, por el que todo camina... hacia atrás. Recurso con el que la película tal vez esté representando, involuntariamente, su propio recorrido estético.