Tras un accidente automovilístico, Alexander no puede recordar nada, y en un intento por curar su amnesia, su abuelo irá a Alemania a buscarlo y organizará un viaje espiritual que lo llevará hacia su pasado, al país del que viene, Bulgaria.
El mundo es grande y la salvación está a la vuelta de la esquina es una película búlgara del 2008 dirigida por Stephan Komandarev. Fue una de las preseleccionadas para el Oscar a mejor película extranjera en 2010, premio que se llevó El secreto de sus ojos, y llegó a estar en la lista de las 9 finalistas, aunque no acabó entre las cinco definitivas. Es la historia de Alexander, un joven búlgaro que vive junto a sus padres en Alemania hasta que en un accidente automovilístico, en el que ellos fallecen, el pierde la memoria. Su abuelo, un experto jugador de backgammon, irá en su búsqueda para ayudarlo a recordar quien es y de donde viene. Se desarrolla así una road movie balcánica que circula entre el pasado, por medio de flashbacks que dan cuenta de los orígenes de la familia, y un presente de incertidumbre a causa de la amnesia.
La relación entra abuelo y nieto está mediada por el backgammon, del que uno es un maestro y el otro ha olvidado como serlo. El juego de mesa cumple un rol sumamente importante en la historia, ya que es lo que le da la vida a los personajes. Es este el medio de sustento del mayor, Bai Dan, cuyo trabajo artesanal es hacer tableros, así como también es el juego lo que permite a la familia conseguir el dinero suficiente para atravesar la frontera hacia la libertad y es además lo que otorga al joven la posibilidad de recordar su vida pasada para empezar una nueva. Tratándose del juego de mesa más antiguo del que se tenga registro, es esta según mi parecer la primera película que lo aborda como tema. No es un pasatiempo o una distracción, tampoco funciona como contexto al igual que sucede con el deporte en muchos films, No sólo el backgammon metaforiza la historia, sino que también es por donde ella circula y le permite el progreso.
Komandarev construye un relato sobre la familia que emociona sin recurrir a golpes bajos. Quienes no están acostumbrados a ver cine balcánico, como quien escribe, se encontrarán ante una sorpresa. Se trata de una hermosa historia muy bien llevada que logra articular un pasado opresivo en tiempos de gobiernos comunistas en Europa del Este, con una realidad incierta pero que se muestra esperanzadora. A esto hay que agregar dos muy buenas actuaciones, en especial Miki Manojlovic, el abuelo, quien participó en varios films de Kusturica, que sumando una lograda banda sonora y unos paisajes espectaculares permiten que esta sea una película muy entretenida que en ningún momento pierde el interés. La familia, el pasado, el exilio, son tópicos que el director aborda con éxito en un cine poco conocido y distribuido como es el búlgaro, cine que hoy peligra a causa de los recortes gubernamentales por la grave crisis financiera.