El mundo contra mí
¿Hasta dónde puede llegar la autoindulgencia? Esa es la pregunta que resuena veladamente durante toda la historia de este personaje, relatada a través de los años.
Desde la primera imagen, sabemos que Barney no es feliz en su elegante y clásico departamento. Es alcohólico y gordo, está viejo y solo. Llama a su ex mujer en medio de la noche y le satisface despertar a su sucesor. En verdad, su estado actual es resultado de una conducta egoísta que ha sostenido durante toda su vida, que vamos a recorrer en flashbacks alternos. La historia retrocede hasta sus años de juventud, cuando llevaba en Roma una vida de bohemia, alcohol, amigos y una esposa que lo engancha con un embarazo. Cuando comprueba que el hijo –que nace muerto- no era suyo, abandona a la mujer en el hospital. Ella se suicida a los pocos días. De regreso en Canadá, comienza una carrera exitosa como productor de televisión, se casa con una heredera bella pero tonta, en la fiesta de su casamiento conoce al amor de su vida y no descansará hasta seducirla. También tiene su alta cuota de responsabilidad en la muerte de su mejor amigo. Forma una familia pero descuida su matrimonio, con lo cual regresamos a la primera escena.
El mundo según Barney -basada en una premiada novela de Mordecai Richler que tuvo cierto éxito en Canadá y los Estados Unidos- trata sobre la mediocridad, pero también sobre la autoindulgencia. Narrado desde el punto de vista del protagonista, presente en todas las escenas, nadie en el film sale de un nivel mediocre, y Barney sobre todo es una persona bastante miserable. Jamás un ejercicio autorreflexivo, jamás un matiz diferente en su conducta autocentrada. Pero he aquí la trampa: así como él tiene una luctuosa autocomplacencia, el film parece perdonarle todas sus agachadas, mantiene la ambigüedad o termina por sentir simpatía hacia él. Y en lo mismo puede caer el espectador: “cálido relato”, “emocionante”, ha dicho la crítica norteamericana, siempre dispuesta a rescatar estos antihéroes, a buscarles la faz redentora.
Este film canadiense bien narrado tiene un cast formidable: Paul Giamatti logra una composición del irreductible Barney que le valió un Globo de Oro al mejor actor de comedia -aunque la película no se encuadra en el género, o en todo caso es una comedia muy dramática-, Dustin Hoffman es quien más se luce como su padre, un policía bastante brutal que no parece tomarse nada en serio, y Rosamund Pike da bien una sufrida esposa, que demora en reaccionar ante el egoísmo de Barney, mientras Minnie Driver es una total caricatura, intencional, imagino.
Como juego cinéfilo, la película presenta cameos de prominentes directores canadienses, como Denys Arcand, David Cronenberg y Atom Egoyan.