Un hombre (casi) común.
Barney Panofsky es un viejo productor televisivo de Montreal que dedica su tiempo al whisky, los cigarros y la soledad. En la primera escena lo vemos llamar al actual marido de su ex esposa a las 3 de la mañana: “Estoy acá, mirando fotos de ella desnuda, me preguntaba si vos también querías verlas. En ese entonces era joven y estaba en toda su gloria”. Horas más tarde su hija -la única compinche que tiene- le comunica jovialmente que al padrastro le dio un infarto. Barney sonríe. Ese pasado de sobresaltos que carga como un tortuoso equipaje lo ha convertido en un hombre cínico, resentido y atormentado, que pese a todo no perdió su ácido sentido del humor. Sobre la base de un episodio casual, el hombre debe destapar su cofre de recuerdos, momento en que el director Richard J. Lewis comienza a construir un relato por medio de flashbacks.
Es innegable que este Panofksy tuvo una vida agitada. Lo vemos frecuentar la bohemia romana de los 70, emborracharse con su insólito padre, casarse tres veces e involucrarse en la bizarra muerte de su mejor amigo. En el preludio de este viaje, El mundo Según Barney se regocija con las miserias que muestra, y la crueldad de algunas situaciones bordea el mal gusto aunque esto es disimulado por una efectiva dosis de humor negro. La performance del ganador del Globo de Oro Paul Giamatti, un actor segundón de superproducciones hollywoodenses que se destacó en películas independientes como American Splendor y Entre Copas, resulta ser bastante convincente, y ni hablar de Dustin Hoffman, que entrega una de sus mejores actuaciones en años. Sin embargo, con ellos parece no alcanzar.
El film de Lewis, basado en la novela de Mordecai Richler y nominado para el León De Oro en el Festival Internacional de Venecia del año pasado, podría ser visto como especie de falsa biopic. El problema es que el personaje central no parece merecer tanto interés como para justificar semejante consideración. ¿Eran necesarios 135 minutos de metraje para narrar la existencia de un tipo que, más allá de algunas cualidades pintorescas, no parece ser nada del otro mundo? Con el avance de los hechos narrados la propuesta inicial comienza a deshilacharse, a perder la brújula, a hundirse en la intrascendencia, y a esa altura del partido ya no hay humorada incisiva que valga, porque hasta ese recurso se torna irritante.
Al director, cuyos antecedentes se limitan a la pantalla chica, no le queda otra que apelar a un culebrón de lo más corriente. Si lo que se veía en los primeros tres tercios de El mundo Según Barney era más que nada la historia de los amores de este, el final lo constituye su lento y lastimoso deterioramiento a causa de un Alzheimer implacable, matizado con algunos detalles tan obvios como pretenciosos. Un mensajito de hace 30 años guardado en una billetera, una tumba matrimonial y demás cursilerías son empleadas para exaltar la relación entre el protagonista y su tercera esposa (una adorable Rosamund Pike), sin duda el amor de su vida. Al final, el suplicio del pobre Barney se termina. El nuestro también.
Como dato curioso, cabe destacar los cameos de varios maestros del cine canadiense: aparecen David Cronenberg, Atom Egoyan, Denys Arcand y Ted Kotcheff. Aprovechando que los tenía ahí, mal no le hubiera venido a Lewis pedir un par de consejos.