Con el ritmo de la vida
Si existiera la porción de media estrellita, a El mundo según Barney le corresponderían tres y media. Pero no hay, y la balanza se inclina hacia el trío. El filme canadiense cuenta la vida de un tal Barney, un productor de televisión canadiense. Y cuando decimos “la vida” incluye desde su juventud, hasta la última vejez: sus matrimonios, sus hijos, su padre, su trabajo, sus amigos, sus viajes, sus reflexiones existenciales. Un exhaustivo repaso que el mismo Barney narra para demostrar que él no fue el autor del crimen de su mejor amigo.
La ambición del relato incluye en la trama el romance, el drama, el policial, el humor, el sedentarismo. Como en la vida de cualquiera. Pero bajo la mirada del director Richard Lewis, la existencia de este hombre ordinario se convierte en una sucesión de eventos intensos. Como la vida, no va hacia un lugar en especial, simplemente va, con naturalidad y altibajos. Quizá por eso, la historia se dispersa, se dilata (dura dos horas y cuarto) se pierde y se vuelve a encontrar.
Las actuaciones son las que sostienen el magnetismo. Como en Esplendor americano, Paul Giamatti tiene uno de esos papeles que parecen hechos a su medida. Encuentra los matices para representar las contradicciones de un personaje egoísta, sensible, ambicioso, carismático, apático y pasional; querible e irritante en la misma medida. Dustin Hoffman interpreta al padre de Barney, un policía retirado, judío, mujeriego y encantador, el personaje más rico de la historia.
La producción es muy buena y hay escenas que podrían hacer de esta una gran película, aunque en el mapa completo pierdan fuerza. De yapa, hay cameos de algunos reconocidos directores canadienses, como David Cronenberg y Denys Arcand. Al terminar el filme, uno se pregunta si es una biopic basada en hechos reales o es una absoluta invención. Difícil saberlo. El escritor Mordecai Richler presentó la novela como una historia de ficción, pero muchos arriesgan que es una autobiografía.