Las tres vidas de Barney
Barney Panofsky (Paul Giamatti) ha tenido lo que los chinos llamarían "una vida interesante". No particularmente fuera de lo común, pero sí llena de pequeños incidentes que alcanzan para volverla curiosa. Joven viudo en Italia, pequeño productor televisivo en Canadá, enamorado a primera vista de Miriam (Rosamund Pike) el mismo día en que se casó con su segunda esposa, sospechoso de asesinato y, finalmente, desencantado hombre de mediana edad. La historia comienza justamente el día en que Barney despierta convertido en ese hombre ya mayor, recién divorciado, con hijos adultos que se percatan de algo que no está bien. De repente, Barney siente que toda su vida lo alcanza y que recupera con el correr de los días algunos momentos que parecía haber borrado de su memoria.
En esta película pequeña, íntima, el director Richard J. Lewis aborda de manera dinámica, narrativamente eficaz, el corrimiento de la memoria histórica para ocupar el lugar de la memoria cotidiana, en un desplazamiento que tiene que ver no sólo con la condición clínica de un ser humano, sino fundamentalmente con su historia emotiva.
Dejando de lado un guión cuyos giros dramáticos se vuelven más y más previsibles a medida que la historia avanza, aquí juegan un notable rol de interés los personajes en sí. Las actuaciones por sí mismas justifican el visionado de la película y no especialmente porque sean sobresalientes, sino porque es fácil dejarse llevar por el relato de cada personaje.
A través de tres décadas y dos continentes, como propone la sinopsis del filme, el espectador se inmiscuye en los recuerdos de Barney y sólo por momentos puede atisbar la perspectiva de quienes le rodean, intuyendo aquello que el protagonista ignora. El juego es atrayente, aunque un poco fallido, ya que a menudo la mirada externa a Barney se superpone con ésta, la que importa, la del propio personaje, generando algunas situaciones anticlimáticas que, de cualquier manera, logran superarse rápidamente.
En su medida justa, "El mundo según Barney" entretiene y emociona al público con naturalidad, apelando a una simpatía relativa por un personaje no necesariamente querible, envidiable por momentos y fundamentalmente humano.