Los recuerdos y los años felices
Richard J. Lewis es un nombre conocido en Estados Unidos por sus participaciones como guionista en series televisivas como CSI y la más reciente The defenders. Por eso no resulta extraño que su debut cinematográfico El mundo según Barney tenga como protagonista también a un guionista huraño, quien pese a contar con una productora propia reconoce que su talento se ha desperdiciado en tiras mediocres pero que le permitieron sobrevivir a lo largo de sus 40 años, atravesados por un camino tragicómico y de fracasos amorosos, entre otras cosas.
Nunca mejor elegido para interpretar a Barney Panofsky que el talentoso Paul Giamatti, cuyas habilidades actorales para encarnar personajes torturados le permiten auto inventarse en una extensa galería de perdedores en diferentes historias como el dibujante que encarnara en American Splendor (2003) por citar un caso paradigmático.
El presente de Barney está teñido de grises y angustia: odia su trabajo, perdió en manos de un contrincante duro de vencer al amor de su vida y encima debe soportar la presión de una investigación policial, la cual dio origen a una novela que lo señala como el principal sospechoso del asesinato de su mejor amigo Boogie (Scott Speedman). Pasados 30 años de aquel confuso episodio, aún no han podido encontrar el cuerpo de la víctima y es por ese motivo que el protagonista nunca debió pasar sus días detrás de las rejas. No obstante, la prisión de la rutina es aún más sofocante para este hombre que parece acabado por sus propios errores.
El relato comienza con un flashback detonado por la publicación de la novela y se remonta hacia la temprana juventud de Barney en Italia junto a sus amigos artistas. La energía positiva y optimismo de aquel muchacho agradable contrasta fuertemente con la versión actual de un hombre peleado con la vida. Y sobre ese proceso de transformación o metamorfosis lenta se apoya la trama. Sin embargo, más allá de su trabajo como guionista y de su secreta admiración por Boogie, aspirante a escritor, alcohólico y mujeriego, el protagonista busca desesperadamente el amor de una mujer. Así, se casa por segunda vez con una joven judía (Minnie Driver), hija de un millonario luego de que su primera esposa se suicidara. No obstante, el mismo día de su boda Barney se enamora perdidamente de una de las invitadas, Miriam (Rosamund Pike), por quien se obsesiona al punto de proponerle una fuga de amantes o tiempo después -ya divorciado- que pase con él el resto de sus días.
La condensación de la historia en pequeñas situaciones dramáticas y algunas con apuntes de comedia, sumadas varias subtramas, parece un obstáculo que el guionista Michael Konyves debió sortear al tratarse de la adaptación cinematográfica de una extensa novela del escritor -ya fallecido- Mordecai Richler, que llegó a convertirse en best seller. A pesar de este aspecto problemático en la distribución y estructura narrativa no hay fallas visibles pero sí en la ambigüedad sobre el tono del film ya que al cinismo de los primeros segmentos se le va adosando una fuerte carga de melodrama, desequilibrando así la balanza. En esa zona ambigua sin lugar a dudas la presencia de Giamatti y un gran trabajo secundario de Dustin Hoffman en el rol de padre, viudo y ex policía, aportan grandes momentos.
El realizador Richard J. Lewis desarrolla y bucea a fuerza de sutileza, convicción y relajadamente, los deterioros en las relaciones que comienzan siendo idílicas entre las parejas para convertirse en una rutina desgastante. El paralelismo de este proceso destructivo encuentra un puente directo con el deterioro físico del protagonista, enfocado en el gradual avance de una enfermedad que destruye la memoria y sobre todas las cosas su tesoro más preciado: los recuerdos y los años felices.
Paul Giamatti consigue en El mundo según Barney un papel para lucirse y mostrar con absoluta ductilidad la transformación de su complejo personaje en un registro que no por apelar a las fibras sensibles del espectador puede tildarse de especulativo o sobreactuado.