DEMASIADO FRÍO
Teniendo en cuenta lo que había dado Tomas Alfredson en El topo y en Criaturas de la noche, cabía tener expectativas altas por lo que podía ofrecer en El muñeco de nieve. Más aún porque el realizador sueco había reemplazado a Martin Scorsese, quien a pesar de bajarse como director permaneció como productor ejecutivo. Encima, la película se basa en la saga literaria centrada en el personaje de Harry Hole, escrita por Jo Nesbø y que ha cosechado múltiples elogios. Hasta había otros nombres que mostraban una saludable preocupación por la estética de la película, ya que los ganadores del Oscar Dion Beebe (quien trabajó con Michael Mann en Colateral y Miami Vice) y Thelma Schoonmaker (eterna colaboradora de Scorsese) están a cargo de la fotografía y el montaje, respectivamente. Sin embargo, todo queda en decepción.
El film presenta una sucesión de lugares ya comunes y habituales en el subgénero de asesinos en serie: en Oslo, la acumulación de mujeres asesinadas empieza a mostrar un patrón común entre los crímenes; Hole (Michael Fassbender), un detective torturado y alcohólico, comienza a atar cabos y entablar un juego de gato y ratón con el asesino; hay una joven detective (Rebecca Ferguson) con sus propias motivaciones que lo ayuda en el caso; y un acaudalado y prominente empresario (J.K. Simmons), cuyos retorcidos gustos sexuales lo vinculan con los acontecimientos. No está mal de por sí recurrir a esos lugares comunes, porque siempre estos thrillers se han asentado sobre ellos. El problema es que Alfredson nunca consigue salir de la mera ilustración lustrosa: El muñeco de nieve, desde su mismo inicio, es invadida por una frialdad compositiva que le quita toda tensión.
Quizás uno de los inconvenientes que Alfredson no logra resolver desde la narración es el acaparamiento de tramas y subtramas que empantanan el relato: la persecución del asesino parece ser el centro conflictivo, pero también hay una vertiente de drama familiar que va a dos puntas y un intento de retrato de los esquemas de poder político y económico que dominan la ciudad, operando con total impunidad. Todo eso es desplegado pero nunca cerrado de la manera adecuada, como si el realizador no se apropiara de lo que debe contar y se limitara a poner en imágenes un guión armado de a pedazos sueltos y unidos de manera torpe. Así, se puede intuir que en la novela que era El muñeco de nieve había una convivencia de retratos personales y sociales pero que en su adaptación cinematográfica nunca terminan combinarse fluidamente.
Para colmo, El muñeco de nieve, cuando tiene que resolver el enigma central relacionado con los asesinatos, no sólo no sorprende en lo más mínimo (la vuelta de tuerca se ve venir a kilómetros de distancia), sino que deja cabos sueltos por todos lados, con varios personajes que son abandonados a la buena de Dios. Su abrupto cierre, donde parece querer dejar las puertas abiertas para desarrollar una franquicia, refleja en buena medida los problemas que la afectan: a pesar del sofisticado trabajo de puesta en escena (que incluye momentos impactantes desde el montaje y planos que explotan la potencialidad expresiva del paisaje), lo que se impone es el piloto automático en pos de las necesidades del mercado. El muñeco de nieve es una película sin personalidad, donde todo queda a mitad de camino.