El muñeco que hace más de 30 años fue poseído por un asesino serial y nos aterrorizó en “Child’s Play” (1988), vuelve modernizado en un reboot que mantiene la esencia de la saga original, pero decide darle una vuelta de tuerca a la historia en una versión 2.0 que nos demuestra que, si el mundo puede evolucionar, Chucky lo puede hacer también.
Después de mudarse a su nuevo departamento, Karen Barclay (Aubrey Plaza, protagonista de la serie “Legión”) le regala a su hijo Andy (Gabriel Bateman, “Cuando las luces se apagan”, 2016) el nuevo muñeco de última generación “Buddi” que consiguió gratis en su trabajo por estar defectuoso. Sin embargo, lo que ellos interpretan inicialmente como una pequeña falla es en realidad un deliberado sabotaje que privó al robot de sus protocolos de seguridad haciendo que, al querer ser el mejor amigo de Andy, no diferencie el bien del mal provocando una serie de muertes en la ciudad.
La segunda obra a cargo de la dirección de Lars Klevberg, siendo su anterior “Polaroid” de este mismo año, nos muestra una historia digna de un capítulo de la serie de Netflix “Black Mirror”. Y es que el nuevo “relanzamiento” de la franquicia deja de lado la idea de los asesinos, posesiones y rituales satánicos mostrándonos un muñeco de extraña apariencia con comportamientos infantiles y graciosos durante la mayor parte de su duración funcionando solo como una simbolización de la otra cara de las ciencias aplicadas haciendo que algo que se creó como un avance tecnológico pueda atentar contra la humanidad.
El desempeño de los actores fue muy por debajo de lo esperado, no permitiendo que se genere la tensión característica del primer film y manteniéndose siempre ante la sombra de Andy que sobresale en algunos momentos y, sobre todo, del muñeco en sí, potenciado en las escenas con efectos especiales y destacable por tener la reconocida voz de Mark Hamill (“Star Wars”) en su versión original.
En resumen, “El Muñeco Diabólico” es una película entretenida pero que dista mucho del personaje creado por Don Mancini y de ser una película de terror que realice su trabajo eficientemente al presentarnos una versión ridiculizada, quizás intencionalmente, del monigote que dificultaba dormir a los más pequeños hace varios años.