La remake de Chucky demanda un sólo requisito para poder ser disfrutada.
Antes de ir al cine tenés que dejar la nostalgia en tu casa.
Si al momento de sentarte en la butaca estás dispuesto a ver una interpretación diferente del personaje, esta versión producida por Seth Grahame-Smith (Orgullo, prejuicio y zombis) brinda un slasher muy entretenido con algunos conceptos argumentales interesantes.
Hace unas semanas cuando este film se estrenó en los Estados Unidos las primeras reseñas anunciaban una catástrofe con comentarios muy negativos y para variar se trató de un panorama exagerado.
Una característica que le valoro a esta producción es que los realizadores no se limitaron a desarrollar una copia carbón de la obra original de Tom Holland, como ocurre con la mayoría de las remakes, sino que desarrollaron una historia diferente que adapta al personaje en un contexto moderno.
Si bien la premisa de la trama es la misma, el relato del director Lars Klevberg toma la figura de Chucky para explorar dependencia tóxica hacia las redes sociales, la tecnología cotidiana disponible y el consumismo exacerbado.
Un retrato de estos tiempos donde la gente se desespera por cambiar el celular cada seis meses o conseguir likes y seguidores en Instagram.
El trailer del film dejaba una incógnita sobre el personaje del nuevo Andy que parecía bastante grandecito para andar jugando con muñecos y en la trama está cuestión quedó bien explicada.
El nuevo Chucky es un juguete de alta tecnología que funciona como el dispositivo Alexa de Amazon y tiene la función de ofrecer diversas variedades de entretenimiento.
Por esa razón el producto también es consumido por pre-adolescentes.
Al concepto de la posesión sobrenatural que se establecía en la franquicia original en este caso se modificó por un origen diferente que convierte al muñeco en una bizarra máquina asesina.
La película de Klevberg inserta al personaje en la cultura Millennial y explora los hábitos de consumo de la actualidad a través de un relato que nunca se olvida de ser una comedia de terror.
Cuando la trama se adentra en el terreno de la violencia esta remake va al hueso y no tiene miedo en incluir algunas escenas grotescas donde predomina el humor negro.
El film incluye algunos de los asesinatos más sangrientos de toda la serie del muñeco diabólico que llega a tener sus momentos destacados.
Mark Hamill, quien es un experimentado actor de voz que encarnó la recordada versión del Guasón (en la serie animada de Batman de los ´90) y numerosos villanos de Scooby Doo, queda muy bien parado a la hora de reemplazar la inolvidable interpretación de Brad Dourif.
Su versión es diferente pero resulta funcional al relanzamiento del personaje.
Una gran debilidad de esta película donde los productores en mi opinión cometieron una pifiada notable tiene que ver con el diseño del muñeco.
En la versión original Chucky era un juguete infantil simpático que luego se volvía aterrador cuando terminaba poseído por el espíritu de un psicópata.
Por el contrario, en esta remake el personaje tiene un aspecto macabro desde su presentación y eso le resta un poco al concepto de la historia.
Mucho antes de convertirse en una máquina asesina el muñeco ya tiene cara de convicto pedófilo y cuesta creer que es un suceso de ventas.
Salvo por ese detalle el film presenta un buen reparto y creo que no decepciona como comedia de terror.
No dudo un instante en quedarme con el nuevo Chucky antes que otra entrega sopórifera de Annabelle y la saga del Conjuro.
Como mencioné en el comienzo de la reseña, si dejás en reposo el sentimiento nostálgico por este ícono del género y le das una oportunidad a la nueva representación, la remake consigue ser muy entretenida.