El regreso de Chucky, el muñeco diabólico, no pertenece al rubro de los almidonados. Está claro que los realizadores de este Child's play versión 2019 (la primera se estrenó en 1988) se esforzaron por remozar el clásico de terror gore -y siempre un poco cómico- con inteligencia y, digamos, atmósfera contemporánea. Una familia disfuncional, compuesta por una madre joven y su hijo con problemas auditivos, intenta adaptarse a una nueva vida después de una mudanza difícil. Ella trabaja en unos grandes almacenes que venden el muñeco Buddi. Las ventas son furor pero también hay reclamos y devoluciones por los que vienen fallados. Y, piensa ella, para mitigar un poco la soledad del niño sin amigos (Andy, como el protagonista humano de Toy Story), qué mejor que llevarle al nene (Andy, como el protagonista humano de Toy Story, de la que funciona como una especie de reverso), uno de esos, antes de que termine en la basura. Aunque Andy ya está un poco grande para jugar con muñecos, rápidamente se engancha con la app que permite "manejarlo". Y pronto también descubre que el juguete, que habla con la voz de Mark Hamill, bueno, hace lo que quiere.
En principio el muñeco, cuyo aspecto inspira todo menos ternura, se toma tan en serio la amistad con Andy que atacará al gato que lo araña e irá detrás del antipático novio de la madre. Como brazo ejecutor de los deseos del niño, aunque capaz de todo. Hay un generoso uso del gore en las escenas violentas, cada vez más frecuentes, con el pequeño protagonista cada vez más desesperado. Y si el tono de comedia sangrienta se mantiene, el camino criminal del juguete maldito se desluce a medida que avanza y las ideas, más que sumarse, se repiten. El muñeco diabólico es entretenida, eficaz. Aunque lo que pone en juego podría haber merecido un desarrollo más creativo.