Todo arranca con una publicidad sobre los nidos del título, unos bunkers confortables que prometen hacer de los aislamientos una experiencia similar a unas vacaciones. Esos aislamientos se deben a la aparición de un poderoso virus del que no se dan muchos detalles, pero que convierte a los humanos en algo parecido a zombies.
En uno de esos nidos, próximo a ser demolido, despierta una chica de 18 años (la italiana Blu Yoshimi). Obviamente no sabe dónde está ni cómo llegó hasta allí, dos cuestiones que le explica la voz de un voluntario (Luciano Cáceres) ubicado en otra habitación a través de un dispositivo de audio. Su objetivo, afirma, es cumplir una serie de procedimientos y darle medicación para intentar detener el avance del virus. Sin contacto con el exterior, la involuntaria pareja debe esperar, como bien lo sabemos todos desde los confinamientos, que el tiempo pase.
Filmada en esa única locación con dejos futuristas, esta coproducción ítalo-argentina dirigida por Mattia Temponi registra la interacción de esos personajes a lo largo de varios días en los que irán acercándose emocionalmente, develando así sus capas más frágiles. Una subtrama superficial que no escapa del lugar de un hombre que intenta mutar un dolor por servicio.
Sí es más interesante cuando el fuera de campo se convierte en un elemento acechante y cargado de amenazas que llegan a través de esporádicas conexiones a Internet. Allí la película abraza el cine apocalíptico más desesperanzado, una sensación que el trabajo siempre eléctrico y excesivo de Luciano Cáceres no hace más que acrecentar, empujando la película hacia el terreno de la locura psicopática.