El buen amigo gigante
Una buena historia de aventuras para toda la familia con sello japonés.
Si conseguir un lugar en la cartelera comercial es complicado para cualquier producción no destinada a un público infantil o sin el respaldo de una major detrás, qué decir de una película japonesa de animación. En ese contexto, el estreno de El niño y la bestia es prácticamente un milagro en medio de un panorama cada día más concentrado en las propuestas de Hollywood.
Lejos del cine elegíaco de Hayao Miyazaki pero también de las explotaciones de franquicias de amplia trayectoria televisiva (Dragon Ball, Los Caballeros del Zodíaco), El niño y la bestia toma varios de los temas predilectos del mundo del animé (la soledad, el miedo, el desamparo familiar, la fantasía inmersa en el mundo real) para construir un luminoso y a la vez trágico relato de iniciación.
El protagonista es Ren, un niño de 9 años en pleno duelo por la pérdida reciente de su madre, que descubre un portal para ingresar a un mundo paralelo poblado por animales antromorfizados y seres sobrenaturales, donde entablará una particular relación con un oso gigante y de bíceps tamaño Dwayne “The Rock” Johnson llamado Kumatetsu.
El realizador Mamoru Hosoda muestra cómo el vínculo entre ambos va de la desconfianza al apego, de la suficiencia a la inspiración, siempre atendiendo a la vertiente más trágica de un relato poblado por seres solitarios, marginados de su entorno. Algo obstinada en su búsqueda por dejar un mensaje, El niño y la bestia, se dijo, no alcanzará los picos dramáticos ni de genuina emoción de Miyazaki, pero es una digna historia de aventuras para toda la familia.