Es la mejor película de la semana, y por eso, lugar de honor. La historia es la de dos mundos, el nuestro y otro fantástico. Un niño de “aquí” pasa “allá” y es adoptado como aprendiz por un guerrero con forma de oso o lobo. El niño crece, conoce su mundo, madura, se enamora, deja el hogar y algo hace que ambos universos choquen, lo que lleva a un enfrentamiento épico. El film es una animación japonesa perfecta, con hermoso diseño de personajes y ambientes, contada en el tiempo justo, que ni se apresura ni se detiene, y que, además del gran espectáculo de la imaginación desatada (en un estilo que promedia el de Miyazaki con el de Satoshi Kon), provee un relato emotivo de una ternura que nunca aparece como sobreactuada. La fábula sobre crecer y abandonar el hogar se transforma aquí en una fantasía, lo que explica no solo para qué sirve la fantasía (una lupa que nos permite ver mejor aquello que sentimos) sino que también la justifica. Hay momentos donde la imaginería visual realmente sorprende, incluso al espectador más entrenado en el animé (que hace muchísimo ha dejado de ser una animación restringida para ser de una perfección notable). Mejor que todos los grandes “tanques” de vacaciones de invierno juntos o combinados: hágale un favor a sus chicos (y a usted también) y anímese a ver esta película. De nada.