Así como no se debe juzgar un libro por su tapa, tampoco es justo juzgar una película por su trailer. En tiempo donde los avances pueden arruinar buena parte del film, otras veces también pueden servir como desanimo para verla completa. Superada la barrera de un cebo que parece desalentar la apreciación de la película, El niño y la bestia demuestra que todas las buenas críticas que ha recibido casi unánimemente a lo largo del mundo, son más que justificadas.
El director de Summer Wars y Los niños Lobo se muestra como posible heredero del genio del anime Hayao Miyazaki, luciendo una historia en donde no faltan personajes entrañables y por momentos adquiere proporciones épicas al mejor estilo Princesa Mononoke. Así como el protagonista deambula entre dos mundos (el de los humanos y el de las bestias), el director Mamoru Hosoda decide trazar su camino entre la animación digital y la tradicional. El resultado es audaz y hasta parece posicionarse un paso por delante de las animaciones que acostumbramos a consumir en occidente.
El enfoque intimista del director sobre sus personajes eleva la historia a un plano extraordinario y emocionalmente cargado de empatía hacia ellos. La fantasía se apodera del film y resulta imposible no dejarse llevar. El viaje del protagonista atraviesa momentos donde indaga sobre la pertenencia, la sensibilidad de un niño y la nobleza por sobre todas las cosas. Todo acompañado de escenas de acción perfectamente orquestadas que evitan cualquier tipo de ostracismo a lo largo de las casi dos horas de metraje.
Por suerte el cine de animación japonés es mucho más que Estudio Ghibli, y si bien la mayoría de las películas de anime actuales quedaron y seguirán quedando marcadas por el sello de su factoría, una nueva generación de realizadores parece haber asumido la responsabilidad de seguir recorriendo ese camino que tantas alegrías proveyó a los amantes del buen cine y las buenas historias.