Chico siniestro
La película El niño sintetiza en su argumento dos formas de terror: el sobrenatural y el psicopatológico.
No es muy probable que el director William Brent Bell haya querido compilar en una sola película la historia del horror norteamericano desde el refinado Henry James hasta el magníficamente brutal John Carpenter. Pero algo de eso sucede en El niño.
Lo que resulta obvio, al menos, es el intento de sintetizar en el argumento dos formas de terror: el sobrenatural victoriano, vinculado a espíritus, fantasmas y demonios; y el psicopatológico, vinculado a delirios, obsesiones y perversiones criminales.
Pero ya se sabe que por muy ingenioso que sea un guion no hay nada tan complicado como conciliar la parapsicología y la psicología. Entre una y otra pasa una frontera bien marcada: la que separa lo esotérico de lo científico. Un límite que atraviesan con gracia productos como Los expedientes secretos X, pero donde casi siempre tropiezan las películas que no pretenden enfrentarse a un misterio sino generar suspenso.
Sería difícil imaginar una situación más deliciosamente siniestra que la planteada en las primeras escenas de El niño. Una joven norteamericana (Lauren Cohen) llega a una mansión en Inglaterra contratada para cuidar a un chico. Si ya resulta bastante raro que los padres sean una pareja de ancianos, mucho mayor será la sorpresa de la niñera cuando descubra que el chico es un muñeco.
La combinación niño-muñeco es tremendamente eficaz, tanto en términos de extrañeza como de melancolía, y William Brent Bell tiene la sensibilidad suficiente para no desperdiciar esa atmósfera en aras de una acción truculenta. Todo lo cual no significa que sea un gran narrador y menos un gran cineasta, simplemente ciertas historias son más preciosas que otras y el costo estético de arruinarlas es mayor.
En ese sentido, la morosidad y la lentitud en el modo de desarrollar la trama no se revelan como un verdadero rasgo de estilo sino como una forma de precaución: la prudencia casi desesperada de quien intuye que el descenlace es tan inferior al planteo que resulta imposible evitar la decepción.