Horror ilustrado.
El Niño, a priori, podría formar parte de la larga tradición del cine fantástico -particularmente del género horror- sobre muñecos malditos. Sin embargo, la resolución la aleja de aquel subgénero y la acerca al slasher, pero con el acento racionalista del horror hiperexplicativo. Lo paradójico es que esa decisión, llamémosla de horror racionalista, no realista o verosímil sino antifantástico, generalmente poco amigable salvo algunas viejas excepciones, es en este caso lo mejor de la película; ese último acto del giro le agrega un ritmo y un vuelco necesario a un relato que llegaba al cierre tan vacío como su protagonista de porcelana: el muñeco Brahms. La otra protagonista es Greta (Lauren Cohen), tan linda como vaciada de sexualidad y erotismo por Bell, una niñera a la que dos gerontes desquiciados le ofrecen cuidar a su hijo/muñeco; Greta, víctima de violencia de género, está escapando de su expareja y el trabajo demente en un caserón alejado le viene perfecto.
El fetichista de algunos elementos superficiales del horror se sentirá a gusto con ciertas elecciones estéticas como, por ejemplo, el espacio que le otorgan los planos a la casa; incluso con el muñeco Brahms y su mirada vacía, con el que gracias al background cinéfilo nos pasamos un buen rato esperando que cobre vida. El problema de El Niño no son sus elementos -lo ridículo de la premisa es también lo fabuloso- sino la puesta de aquellos. Durante toda la película hay cierto aire a novelita de amor de verano, y no es la falta de gore lo que debilita la narración, sino el conservadurismo que no lleva al extremo la ridiculez como sí lo hacían las glorias de esta temática como la inoxidable Dolls, de Stuart Gordon, o la bufonesca e hipersexual Puppet Master, de Schmoeller (quien ya había coqueteado con los seres inanimados en la enorme Trampa para Turistas, todas ellas con la plata del obsesionado productor Charles Band).
Acá todo está tan medido y cuidado que la vuelta de tuerca del final, aunque inesperada, era lo coherente para la propuesta; El Niño es una película que propone un juego que no juega nunca. Como sucedía con la argentina El Desierto que utilizaba a los zombies y al horror para contar otra cosa y renegar del género que utilizaba, El Niño utiliza el envase fantástico para negarlo, vampirizarlo y transformarlo en un thriller psicológico-racional; y no podemos sólo culpar, como ya lo hemos hecho tantas veces, al contemporáneo y tedioso horror ATP, porque el guion de Stacey Menear es el responsable de la seriedad “for babies” y la frialdad del relato (aunque seguramente haya sufrido recortes); de todos modos, vale decir, que el último acto no está nada mal.