Cuando el muñeco no alcanza
Las películas de terror con muñecos parecen ofrecer cierta garantía desde su propia promoción. Por lo general se trata de afiches con su cara de plástico o porcelana rota o alterada y con una sonrisa diabólica, asomando a veces entre penumbras. Y desde hace unos años, los realizadores que los eligen como tema o personaje parecen aprovecharse del momento en el que una gran cantidad de adultos está confesando que en su niñez, lejos de disfrutar la compañía de esos muñecos, le causaban pánico, angustia y algún que otro sentimiento inconfesable. Porque parece que eso de que muñecos, payasos y títeres den miedo ocurría mucho antes de que se viese en la película Chucky (1988), y no sólo por habérselo ganado a fuerza de asesinatos sangrientos como los ejecutados por el monigote pelirrojo poseído por el espíritu de un delincuente. A veces, con su sola presencia basta para inquietar.
En el caso de El niño las cosas parecen ser mucho más sutiles pero no menos demenciales. Todo comienza con la contratación de una niñera (Lauren Cohan, de The walking dead) por parte de un matrimonio de ancianos para que cuide a su pequeño hijo con motivo de un viaje al que no pueden llevar a la criatura. Antes de que uno saque cuentas y conjeturas para poder presumir que seguramente ese crío no sea heredero biológico, el niño entra en escena en forma de un bonito muñeco a quienes sus dueños tratan como a un ser humano auténtico. Greta -tal el nombre de la niñera-, ni siquiera amaga a salir corriendo y acepta, en cambio, la oferta siguiéndoles el juego. Pero cuando queda sola y con una lista de instrucciones a seguir para su cuidado, se da cuenta de que quizás el muñeco no sea tan inerte como sus materiales de fabricación sugieren. En medio de esa experiencia la chica deberá lidiar con un simpático y seductor empleado de mantenimiento de la mansión (Rupert Evans) y luego con su despreciable ex, quien la ha seguido hasta allí a pesar de una ruptura traumática que no habla demasiado bien de él. Pero en definitiva el triángulo amoroso será lo de menos.
William Brent Bell es un joven guionista y director que viene de dirigir dos films del género un tanto particulares: Con el diablo adentro (2012) narra la historia de una posesión y su exorcismo en medio del Vaticano; e Inhumano: la leyenda renace (2013), sobre licantropía con un enfoque que resulta al menos interesante. Podría decirse que en ambos marca un estilo, que quizás no se note del todo en el film que nos ocupa, porque El niño no deja de recordarnos constantemente a piezas superiores que la antecedieron, como Los otros (2001) o la reciente Annabelle (2014) sin que se trate de una obra maestra. Y tal vez el problema esté en que el director quiera tomarse demasiado en serio esta película y cuando se vuelve un poco solemne o explicativa se torna aburrida.
Hay un intento de creación de climas, logrado en base gracias a la escenografía que se circunscribe mayormente a la mansión y a una fotografía que se aprovecha del tono lúgubre de rincones que nunca ven la luz. La idea de una mujer en soledad cuidando a un muñeco al que un par de ancianos se empecina en tratar como a un niño ya es un punto de partida espeluznante. La presunción de que pueda cobrar vida en cualquier momento es una situación ideal para que se construya un ambiente opresivo que hiele la sangre ante el menor ruido o movimiento cuando la persona que lo percibe se encuentre sola. De hecho más de un espectador elegiría ese mismo momento para dejar de ver la película al imaginar lo que pueda surgir a partir de allí, de puro miedo y merced a lo que su propia imaginación proyecte. Pero en el afán de no perder la atención, el director olvida lo valioso del suspenso y hace que la trama se precipite. La historia de amor incipiente interrumpida primero por el fenómeno en apariencia sobrenatural, luego por la aparición intempestiva de un tercero en discordia y la resolución demasiado temprana de lo que realmente pasa con ese “niño” tan particular atentan contra un hilo que debiera ser cada vez más intenso, más asfixiante. La ausencia de gore, de escenas fuertes no sería tan notoria si el suspenso fuese por el lado de lo psicológico. Pero no es el caso: los intentos son bastante burdos, las demostraciones, las pruebas de que algo raro sucede se resuelven con demasiada premura para el tono en el que debiera funcionar la historia.
De todos modos, a pesar de esos fallidos El niño no es un despropósito, cumple con el entramado sugestivo que lleva a querer saber qué hay detrás de ese enigma, si es de orden sobrenatural o si tendrá una explicación posible dentro de lo racional. Cumple también con la resolución de la historia sin dejar cabos sueltos que molesten. Cumple con menos de lo que promete, es verdad, pero no como para que dejemos de aborrecer a esos seres de plástico o porcelana que alguien quiso que se parezcan tanto a nosotros, sobre todo en su crueldad.