El discreto desencanto de la burguesía.
Calificación - 3/5
Adaptar una obra de teatro al cine tiene sus riesgos. Si bien los diálogos y las performances pueden funcionar perfectamente en el primer formato, pasarlo a la pantalla grande requiere de sumar una nueva visión sonora y auditiva, de agitar el aspecto estático del escenario. Al mismo tiempo, el traslado a un medio audiovisual no debe evitar que se pierda el alma del libreto original, lo que en casos particulares implica un debate entre el contenido y su actual exploración. Ese dilema es lo que afecta a la muy graciosa comedia francesa El Nombre (Le Prénom, 2012), que trata de encerrarnos en las paredes de las relaciones entre un grupo de acomodados pero que a la vez termina atrapada por su previo formato.
Vincent (Patrick Bruel) es un playboy inmaduro, que recién después de las cuatro décadas pudo acomodarse con una chica, Anna (Judith El Zein). Y ahora que están esperando un hijo, la habitual cena con amigos y familia se enfoca en ellos. Pero el drama se oculta tras los otros comensales: la hermana de Vincent, Élisabeth (Valérie Benguigui), está ahogada entre el trabajo y el rol de madre, mientras que su esposo Claude (Guillaume de Tonquedec), es adicto al mundo del intelectual; y por otro lado, el compañero Pierre (Charles Berling), parece esconder una faceta fuera de su vida de músico. Pero en esta reunión, una simple broma sobre el nombre del bebé empezará a disolver sus disfraces, y dará lugar a una batalla en la cual la verdad volará por encima de los platos.
Escrita y dirigida por los autores de la exitosa obra original (que incluso ahora tiene una versión argentina, dirigida por Arturo Puig), Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patelliére, la película arrasó en la taquilla de su país (donde vendió más entradas que Los Vengadores) y consiguió cinco nominaciones a los Premios César. El amor popular tiene sentido: el guión se vale bien de las carcajadas, usando la astucia gala y la química de los actores mientras los personajes pasan de discutir el sentido de un nombre (“¿Creés que Hitler no hubiera sido Hitler si se hubiera llamado Pepito?”) a cuestionar sus estilos de vida, jugando a ver qué vale más a los cuarenta: un conocimiento monumental sobre literatura o un auto cero kilómetro.
Pero a la vez, no se puede evitar notar que los creadores se enamoraron demasiado del formato teatral, de tal forma que, tras la introducción, el estilo del film decae al confinarse en el apartamento del banquete. Eso hace que, con 109 minutos, la historia sobrepase su bienvenida para el cine, en especial al considerar que los films sobre pequeñas luchas burguesas ya son casi un género (y no solo en su tierra natal, si consideramos las similaridades con la reciente Un Dios Salvaje (Carnage) de Roman Polanski).
De todas formas, El nombre es una opción pasable para ir y reírse un poco, aunque la memoria no pueda esforzarse mucho para guardar algo sustancial. Si uno busca una versión más barata de la obra, se podría decir que es un insólito descuento.