Largo camino hacia la nada
La vida cotidiana de Eloy, un joven notificador del Poder Judicial, es bastante aburrida. Todos los días debe recorrer domicilios y negocios para entregar esas cédulas que siempre llevan malas noticias para sus destinatarios, y así este muchacho algo introvertido conocerá a personas extravagantes y casi siempre dispuestas a recibirlo con el ceño fruncido. El novel director Blas Eloy Martínez apuntó con su film a radiografiar a un ser solitario que pretende algo más de la vida, pero su intento se convierte en una historia que naufraga a medida que el protagonista reitera las visitas y trata de sacar de ellas algo positivo. Con algunas primeras secuencias prometedoras, la trama no tarda en caer en monótonas reiteraciones que alargan el relato que va perdiendo interés, pese al esfuerzo de su realizador por insertarse en lo más profundo del alma de su personaje.
Así, con más pretensión que calidez, el camino de Eloy nunca logrará la propuesta de un director que, como Blas Eloy Martínez, ansió pintar a un ser alienado por su cotidianeidad. Tampoco el elenco ayudó demasiado para elevar la historia, ya que la labor de Ignacio Toselli, de rostro imperturbable asediado por primeros planos; de Guadalupe Docampo, una muchacha que pasa sin pena ni gloria por el guión, e Ignacio Rogers, ese amigo al que la trama podía haberle dado más autenticidad, caen en repetidos gestos y en por momentos soporíferas situaciones. Los rubros técnicos no pasaron más allá de cierta prolijidad y así El notificador queda como un film que requería una mayor emoción.